Nota introductoria
Una de las notas del pentecostalismo chileno, siguiendo al protestantismo, ha sido el énfasis en la predicación en la congregación. Ella ocupa parte considerable del tiempo dedicado al culto público. Debido a eso es que se procura formar predicadores para que la exhortación sea elaborada con criterios generales y no con criterios personales. En esta dirección se orienta el texto que compartimos a continuación y que Pensamiento Pentecostal ha rescatado para su sección archivística.
Este artículo se titula «El predicador en el altar», y fue escrito por el pastor de la Iglesia Evangélica Pentecostal, Jorge Rojas Dinamarca, misionero en el extranjero y luego presbítero de larga trayectoria en la denominación. Se publicó en la revista Fuego de Pentecostés, N° 753, mayo de 1992. A más de treinta años, este texto contiene valiosas reflexiones sobre el oficio de la predicación que lo hacen pertinente para el presente también. Deseamos que sea útil para los predicadores, así como para quienes los escuchan.
PP
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El predicador en el altar
Grande responsabilidad es la de hablar en el altar. Desde ese lugar podemos dar vida o dar muerte; La muerte y la vida están en el poder de la lengua… (Proverbios 18:21).
Muchos lo desean y piden que se les ocupe, reclaman diciendo: “Soy miembro en Plena Comunión y debo estar allí”.
Hay predicadores que en el altar dicen con vanidad y revestidos de un poquito de humildad: “Aunque no soy digno, pero estoy obedeciendo y en la obediencia está la victoria”, (esta obediencia les gusta y otras que veremos más adelante). Sin duda que muchos que oyen dirán: “Y si no es digno, ¿qué hace en el altar?, con lo que dijo es como si lanzara agua fría a los oyentes”; otros dicen: “En la ciudad de los ciegos el tuerto es rey”, pésima manera de pensar, no son ciegos los que escuchan y Dios no acepta defectuosos, corderos sin tacha, sí.
Hay predicadores que del himno hacen el primer sermón, los himnos son para cantarlos y deben ser apropiados al sermón de la Santa Palabra.
La predicación se prepara con un minucioso estudio de la Palabra de Dios y debe venir acompañada de oración y ruego al Espíritu Santo para que sea Él quien le inspire (2ª Timoteo 4:2).
Predicador, olvídese de usted mismo y no aparezca su yo, ni se alabe usted mismo; Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos (Proverbios 27:2). No pondere a su familia, no la ponga como ejemplo, tenga presente el texto citado anterior.
No se presente lleno de problemas del trabajo, de ninguna clase.
Predique la Palabra de Dios con humildad.
No de palos a las ovejas, apaciéntelas.
No deje translucir sentimientos ni rencores, es una falta suya tenerlos.
No se ponga a criticar a nadie, no siembre descontentos, edifique a la Iglesia, sea como la mujer sabia de Proverbios 14:1.
Predique a Cristo el Señor, su obra expiatoria, su muerte, su resurrección, su exaltación y su pronto regreso.
Tenga compostura en el altar, levante su cabeza, mire a toda la congregación, no a cierta parte, el mensaje es para todos.
Sea solemne y respetuoso, no llene el ambiente de palabrería vana y liviandad, por causa de la charlatanería, hasta los himnos serán faltos de inspiración al cantarlos.
Sea prudente en el tiempo que predica, si habla una hora o más sin detenerse para orar, cantar para que el Espíritu Santo abra los corazones al mensaje, sentirá ruido de bancas, llantos de niños, hermanos que se retiran, comprenda que es usted quien alarga la reunión, cuando el predicador está inspirado por el Espíritu Santo nade se va, todos están expectantes, hay aleluyas, glorias a Dios, confirmación en abundancia, nadie se aburre.
No fabrique avivamientos por su cuenta; con muchas “glorias a Dios”, palabras altisonantes o reprensiones, llamando a la congregación: Incrédulos, o duros de corazón.
No se olvide que en el monte Horeb Jehová el Señor no estaba en el fuerte viento, ni en el terremoto, tampoco en el fuego, sino que el silbo suave y delicado.
Él es como el dulce y suave rocío, que no hace ruido, pero moja abundantemente las hojas y flores de las plantas, así caerá en quien quiera. Las almas rendidas caerán envueltas en un mar de lágrimas y de arrepentimiento, eso lo hace el Espíritu Santo. Eso es avivamiento.
El predicador debe hacer, para enseñar. Debe ser un predicador en las calles, un voluntario, como lo fue el Señor Jesús. Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (San Mateo 9:35).
Debe participar de ayunos, cadenas de oración y vigilias, ser un miembro activo en la Iglesia.
Debe dar los diezmos, ofrendas y cooperar con todo lo que demanda la obra del Señor, así tendrá libertad para predicar sobre Malaquías 3:8–12.
Donde sea que le corresponda el servicio en el altar, hágalo con agrado, en el templo no se crea grande, si es en iglesia más pequeña y humilde, no la mire en menos, nuestro Maestro predicó a un hombre y a una mujer sola, estos dos sermones han salvado miles de almas.
Cuidado con la adulación. A un gran predicador cuando terminó el servicio, una dama le dijo: ¡Qué hermoso sermón ha predicado usted, que bien ha estado!, y él contestó: ¿Dónde habré pecado que el diablo me adula?
Finalmente, nada hagáis por contienda o vanagloria; antes estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad (2ª Timoteo 2:15).
Jesús les respondió y dijo: mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió… El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia (San Juan 7:16 y 18).