El reencantamiento cosmopolítico: ¿Una política pentecostal kuyperiana? – Por Luis Aránguiz

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Por Luis Aránguiz Kahn*

Tiempo atrás, en un curso con estudiantes evangélicos, tuve la oportunidad de dar una clase sobre el pensamiento político de Abraham Kuyper. Aunque podría cuestionarse la pertinencia de leer a un holandés decimonónico en Latinoamérica en el siglo XXI, escogerlo a él y uno de sus textos como objeto de estudio desde luego no fue circunstancial. Kuyper es una figura que encarna muy bien todo aquello que los evangélicos quisieran hacer en nuestra región en el presente. Era pastor, pero fundó una universidad. Tenía un periódico, pero llegó a ser primer ministro. Es decir: pasó de la esfera eclesiástica como teólogo y ministro del evangelio, a la esfera pública como periodista y estadista.

No sería difícil establecer algunas similitudes formales. Desde los ’80, Latinoamérica ha visto incontables casos de pastores que desean entrar en política. Han sabido presentarse a la sociedad vía medios masivos de comunicación dependientes, usualmente, de las propias iglesias. Ahora bien, las diferencias en cuanto cuestiones fundamentales son mayores. Primero, porque la propia Latinoamérica tiene un contexto propio que a su vez agrupa diversas particularidades. Segundo, porque los grupos que pretenden hacer algo similar a lo que hizo Kuyper, tienen teologías y lecturas de contexto que difícilmente encajarían en el pensamiento kuyperiano.

Los grupos religiosos evangélicos que intentan ya sea apoyar masivamente candidaturas de otros actores, o acceder ellos mismos al poder político en Latinoamérica, son principalmente de carácter pentecostal y neopentecostal (en adelante, (neo)pentecostales). Puntualizar la denominación de estos actores es importante porque, por más que se lo quiera negar, lo cierto es que estos grupos tienen un carácter particular en medio del gran conglomerado evangélico.

Uno de los rasgos sobresalientes de este grupo es que no solo suele presentar una falta de sintonía con las tradiciones teológicas históricas del cristianismo e incluso un rechazo a este tipo de conocimiento. También se observa que las iniciativas políticas en general han sido orientadas más por cuestiones de coyuntura que por una reflexión teológica capaz de dar una comprensión cuidadosa sobre el campo político y el carácter de la acción política cristiana. En general, son pocos los esfuerzos por teorizar respecto a esto en la región. Tal vez el caso más destacable sea el trabajo realizado por Darío López.

No obstante, en cuanto miramos más allá de la propia Latinoamérica, nos encontramos con una serie de otros casos de pentecostales entrando en política, por ejemplo en países africanos. Curiosamente, si bien hay diferencias contextuales como es debido que ocurra, hay rasgos compartidos tanto en la interpretación de la realidad como en el carácter de la entrada en política. Piénsese por ejemplo en el talante reactivo más que propositivo respecto a temas particulares; en la falta de proyecto político; en el voto corporativista; en la alianza pragmática con candidatos de coyuntura; la tendencia al extremismo ideológico; la falta de cultura democrática; entre otros.

Está a la vista que estos elementos desafían tanto la elaboración de una teología que explique lo político desde un punto de vista (neo) pentecostal para (neo) pentecostales, como los conceptos necesarios para quienes, sin negar su origen denominacional, quieren entrar al campo político. Es este sentido que el teólogo pentecostal malasio-estadounidense Amos Yong con su libro In the Days of Caesar, considerando las experiencias y la producción teológica pentecostales en política, ha dado forma a un pensamiento capaz de describir y orientar a los pentecostales a nivel global en un área tan sensible como esta.

El libro de Yong es destacable no solo porque hace el esfuerzo de formular una teología pentecostal respecto a la política, sino también porque asume desde un principio que la piensa en una clave kuyperiana. En efecto, entre los puntos clave del pensamiento político de Kuyper se encuentra el reconocimiento a que la sociedad es orgánica y que ella es el resultado de un conjunto de esferas autónomas diferenciadas. Para Yong, el reconocimiento de la pluralidad es uno de los puntos de partida para pensar la sociedad y, por tanto, lo político. Por ello, puede decirse que estamos ante una teología política pentecostal kuyperiana.

Ahora bien, precisamente por el hecho de ser una teología pentecostal, Yong integra problemas fundamentales para esa tradición que no están presentes del mismo modo en Kuyper. En primer lugar, el hecho de que los pentecostales tienden a tener una hermenéutica literalista y experiencial más que un desarrollo teológico racionalizado. Por lo tanto, mucho de lo que piensan, lo extraen sin más de la Biblia y con interpretaciones cuya exhaustividad no suele ser materia de discusión.

En segundo lugar, el hecho de que los pentecostalismos confieren un estatus central a la pneumatología. Su interpretación de la realidad política está mediada por una comprensión “espiritual” de la realidad, en la cual los hechos pueden ser fácilmente interpretados más allá de los límites de la razón (por ejemplo, al concebir que en lo político se encarna una lucha entre espíritus demoniacos y los cristianos), buscando siempre ver la acción del Espíritu Santo o de otros espíritus en los acontecimientos. Por último, que el pentecostalismo históricamente ha enfatizado el evangelio quíntuple, a saber: Jesús como salvador, santificador, que bautiza con el Espíritu Santo, que sana y que viene.

Los elementos antes mencionados pueden ser meramente referenciales, pero Yong hace un doble juego por una parte al mostrar cómo los pentecostales han aplicado esos principios en la política y, por otra, al construir su propia teología a partir de un análisis de las experiencias y de un trabajo teórico. Así, por ejemplo, cuando se observan los discursos públicos de pentecostales, no extrañará ver que usen categorías como que “el país necesita ser salvado” (de algún mal social, por ejemplo, la drogadicción), “las naciones deben ser sanadas” (frente a una enfermedad, por ejemplo, la corrupción), y así sucesivamente.

En vista de lo anterior, el trabajo de Yong no consiste tanto en hacer el trabajo de autores como Kuyper en el sentido de definir una comprensión del Estado, la Iglesia y la Sociedad que permita orientar una acción política determinada, sino que, más bien, construye una teología que capacite a los pentecostales para profundizar en el rol de las iglesias y creyentes en ámbitos de la sociedad como la política, la cultura, la sociedad civil, la economía y la historia.

Las acciones pentecostales en política en general han estado marcadas por nacionalismo, conservadurismo, u otras; y también, en ocasiones, han aspirado a erradicar la corrupción. En estas incursiones ha tendido a dominar la idea de que corresponde a los creyentes “transformar” y “redimir” la política. Pero, ¿es eso realmente lo que le corresponde a la política cristiana? Respecto a esta pregunta, el contrapunto de Yong consiste, primero, en asumir junto con Kuyper que los poderes vienen dados por Dios y que además están en un estado “caído”. Por supuesto, dentro de esta lógica, no cuesta trabajo pensar que dichos poderes están a merced de fuerzas demoniacas desde una perspectiva (neo) pentecostal. Pero no es eso lo que a Yong le interesa, sino el hecho de que dentro del plan escatológico del cristianismo, existe una esperanza de redención que está en manos de Dios.

Por lo anterior, no corresponde a los cristianos redimir los poderes. Si un cristiano quiere entrar en política, ha de saber que no será capaz de redimir lo que solo Dios puede redimir. De modo que, desde Yong, no se pone en cuestión ni el Estado ni la Sociedad, sino el propósito que cierto segmento de creyentes puede tener para ingresar a la política. Aquí podría sugerirse que Yong le impone un “realismo del evangelio” a aquellos (neo) pentecostales que piensan que pueden fundar un mundo nuevo. Después de todo, ¿no está la historia humana plagada de mundos nuevos –también cristianos- que han acabado?

En segundo lugar, Yong sostiene que el pentecostalismo lidia con los poderes mediante un “reencantamiento de lo cosmopolítico”. El hecho de que para los pentecostales la realidad no pueda ser reductible a una perspectiva materialista, naturalista, o cualquier otro enfoque moderno, abre la puerta nuevamente a una comprensión distinta del ser humano. Es decir, el pentecostalismo tiene el potencial para integrar en su perspectiva y acción política, una visión integral de la persona. En este sentido, podríamos afirmar que los (neo) pentecostales en política pueden llegar a elaborar un concepto de ser humano que puede entrar en diálogo con expresiones de pensamiento político cristiano como la “socialcristiana” en su versión protestante.

Estas dos notas mínimas, a saber, que a los cristianos no les corresponde redimir lo que a Dios le corresponde redimir, y que la comprensión espiritual de la realidad puede nutrir un concepto integral del ser humano, abren la posibilidad de que los (neo)pentecostales se expresen en el campo político de maneras en las que aún no parecen haberlo hecho. Para ser más claros, el hecho de que estos grupos tiendan a apoyar ideologías extremistas de derecha permite preguntar qué diferencia tendrían con aquellos grupos que en el siglo pasado apoyaban a izquierdas radicales. La cuestión de la instrumentalización de la fe bajo signos ideológicos plantea la necesidad de definir conceptos claros desde un pensamiento propiamente cristiano, a fin de saber cuánto se puede o no trabajar en conjunto con las distintas posiciones presentes en los espectros ideológicos.

Así, mientras que por un lado se suprime la pretensión mesiánica de pensar que en un grupo particular reside la capacidad de transformar la política –lo cual puede conducir fácilmente a una mentalidad totalitaria y tan “caída” como todas-; por otro, la preocupación por el desarrollo integral del ser humano adquiere un carácter central para pensar una posible acción política, libre de extremismos y excesos ideológicos, dialogante y capaz de presentar propuestas más que reacciones.

El pensamiento de Abraham Kuyper le permitió a Yong articular su proyecto teológico político pentecostal desde el presupuesto de que la sociedad es plural. De aquí que sea pertinente recordar que Kuyper era un demócrata, convencido de la libertad de conciencia y de expresión. Su concepto de Estado y de sociedad no conducía a una imposición del cristianismo, sino a la construcción de un proyecto político que fuera capaz de responder a las necesidades de Holanda en su conjunto. El proyecto de Yong da cuenta de que es posible que los (neo) pentecostales aprendan de Kuyper. Además, vale resaltar el hecho de que, afirmándose en su pensamiento, Yong también reconoce el aporte de pensadores de otras tradiciones cristianas. Porque Kuyper, después de todo, estaba bastante lejos de ser (neo) pentecostal. En su tiempo, el movimiento ni siquiera había empezado.

En el curso con estudiantes evangélicos del que hablé al inicio, había también un pastor pentecostal. Al final de la clase sobre Kuyper, comentó el desafío que significó leerlo, debido al prejuicio que tenía con él por su procedencia denominacional. Porque para los pentecostales, todo lo que viene de tradición calvinista puede ser sospechoso en Latinoamérica. Sin embargo, del mismo modo que aquel pastor comprendió que el hecho de que Kuyper fuera neocalvinista no impedía que su pensamiento político fuera pertinente para otras tradiciones cristianas y para el contexto presente, así también sería provechoso que los (neo) pentecostales interesados en política, aprecien los aportes que la tradición cristiana ha legado.

*Editor de PP.

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