Escatología política en el Fin de los Tiempos

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por Simón Abdala

¿Cuál es la relación que debe tener un creyente con la historia? La historia anda sola y no debemos hacer nada porque “está en las manos de Dios”, o de forma determinante ¿debemos influir en su indomable devenir? ¿Podemos hacer que la historia y los tiempos lleguen a su fin? Sobre esto hay teología a la carta; hay quienes apuntan que no podemos ni debemos “intervenir” (como si fuera realmente posible hacerlo), y otros –más cerca del dominionismo- afirman que la labor de la Iglesia es esencial para el cumplimiento de la profecía bíblica y por ende de la llegada del fin. 

Pues bien, esta discusión ha sido una constante a lo largo de toda la vida de la Iglesia: ¿Cuándo será el fin, y cuál es nuestro rol en ello?

La primera vez documentada que se creyó estar cerca del fin fue en la famosa destrucción de Jerusalén en el año 70 d.c. por el general romano Tito. Supuestamente se cumplía la profecía del mismo Jesús quien afirmó que “no pasará una generación hasta que esto acontezca”; ¿qué cosa? Que no quedara piedra sobre piedra. Sin embargo, el fin y la segunda venida de Cristo no sucedió.  A partir del año 70 una serie de eventos fueron sindicados como evidentes señales del cumplimiento de la profecía. Tanta era la convicción que el advenimiento del fin sucedería en el presente de los primeros cristianos, que el profesor Baumgartner asegura que este era una característica principal de aquellos: todos aseguraban que el fin vendría en su generación

Sin embargo, lo que fue un factor de unidad al principio, al pasar los años se volvió una causa de división de la ya conformada iglesia. Y es que algunos comenzaron a tener distintas interpretaciones de la profecía y por lo mismo diversas lecturas del rol de la Iglesia en la Historia. De esta forma, la llamada Patrística produjo abundante material escatológico cuyo fin era datar de manera aproximada la llegada del fin. En esta misma línea, Teófilo de Antioquía (Court, 56), Hipolito de Roma, entre otros, dataron el fin en el año 500 d.c. en base a un calendario que tomaba como referencias la creación del Mundo en 6 días (Baumgartner, 48). Según San Agustín, la Iglesia y el Mundo ya vivía en el Milenio, y en realidad Cristo reina a través de los creyentes (San Agustín, 652). Dionisio Exiguo, por otro lado, databa el nacimiento de Jesús en el año 5200 y como se creía (aún algunos lo hacen) que la vida la Tierra solo llegaría hasta el año 6000, el fin de los tiempos “tenía” que ser cerca del año 800 (Court, 56). 

De esta forma se volvió costumbre para la cristiandad ilustrada interpretar la historia universal y sus eventos políticos de forma profética. Sin embargo, lo que marcó un hito en esta forma de entender la escatología fue el sermón del Papa Urbano II, quien en el año 1095 se refirió a la necesidad de reconquistar Jerusalén como una forma de preparar la inminente segunda venida de Jesús (Court, 63). Esto no solo dio origen a las cruzadas sino al imaginario profético y plástico de la Nueva Jerusalén de todo el Medioevo, lo que alcanzó a Cristóbal Colón, quien, en sus diarios, aseguraba que el oro encontrado en el Nuevo Mundo debía servir para reconquistar Jerusalén y preparar la segunda venida del mesías (Irving, 291). Como sea, la identificación del cumplimiento profético en los eventos geopolíticos sigue siendo una constante hasta hoy en día. 

La misma Inglaterra del siglo XVI-XVII era presa de la llamada docefobia, es decir, “fobia a las doce de la noche”, terror a la hora “del fin del fin de los tiempos”.

Cada movimiento político era interpretado como una señal más del fin de los tiempos; existían movimientos que aseguraban que el Rey Carlos I era un enviado de Dios, y por otro lado, movimientos que aseguraban que “había que derrocar al rey para que Jesús regresara”. Permítanme esta cita: 

“Los protestantes ingleses trajeron una bien desarrollada conciencia histórica. Ellos invirtieron gran parte de sus energías en trabajar una cronología del plan del Señor, primero por el pasado y luego hacia los eventos futuros. Cerca del final del siglo dieciséis, los eruditos reemplazaron sentimientos vagos acerca de la inminencia del fin con precisos cálculos de su llegada. Los calculadores del apocalipsis no sólo doblaron la urgencia de su mensaje, sino que proveyeron claves para las siguientes generaciones con el fin de demostrar la veracidad de la teoría como un todo. Los intérpretes se transformaron a sí mismos en profetas y así incrementaron la expectación de que los grandes eventos ocurrirían pronto” 

(Christianson, 1978, 6)

Es un tiempo en donde se creía cumplir el calendario escatológico, cualquier movimiento político se convertía en una señal profética y un llamado a la acción para traer un desenlace a la historia humana. Se levantaba así una “conciencia histórica” de la teología protestante, en base a la cual se podía dar cierto sentido profético a los eventos políticos. Sin ir más lejos, en estos momentos ante la crisis entre Rusia y Ucrania, han aparecido voces afirmando que estamos ad portas de la guerra de Gog y Magog. Lo cierto es que esa voz es insistente y también se ha dado a nivel nacional. 

De hecho, la última votación puede ser vista como la más cargada de épica profética de los últimos años. Y es que con los evangélicos más atentos que nunca en el devenir político de nuestro país, se volvieron a marcar los bloques que desde el año 2000 han separado políticamente al liderazgo “canuto”. No olvidar que antes de “evangélicos por Boric”, ya hubo un “evangélicos por Lagos” y antes de oír afirmaciones de que Kast representa los valores bíblicos, ya la antigua ANC afirmaba algo parecido con Lavín (Mansilla, Orellana, Panotto, 2).

Los bloques no son nuevos, los líderes se mantienen, lo realmente alucinante es la épica apocalíptica, la manipulación mediática, el ejercicio retórico de darle un sentido profético a una votación, a un candidato, a un momento de nuestra historia política. 

En ese marco, sucedió y sigue sucediendo lo que ha sido la constante antes descrita: en torno a la profecía apocalíptica, la Iglesia se divide, no se une. Los hermanos se pelean, no se juntan a orar; en las redes sociales aparecemos como un cuerpo desmembrado, no un pueblo unido en el mismo espíritu. 

¿Qué hacer ante este fenómeno? Pienso que lo primero que hay que hacer es instruirse en la misma Palabra de Dios. La primera iglesia y el medioevo tienen una importante excusa; la Biblia no estaba masificada, traducida y los creyentes no sabían leer. Sin embargo, en nuestros tiempos de acceso instantáneo a la Palabra e interpretaciones escatológicas de ella, la primera responsabilidad es personal: si no estudio la profecía, alguien lo hará por mí. Segundo, no “mesianizar” nuestro tiempo ni a nuestros políticos. No han sido pocos los sueños y “revelaciones” que he escuchado en torno a lo que viene para Chile: que Boric arruinará el país y que su gestión hará que “Cristo apure sus pasos”. Por otro lado, he escuchado que solo la derecha política (quién sabe a qué derecha se referirán) traerá la paz y los valores que la Iglesia necesita para poder predicar el evangelio a todas las naciones y así poder “atraer” la segunda venida de Jesús. 

Sinceramente no creo que Dios necesite de un político o de una congregación en particular para desatar un tiempo que anteceda, acelere o atrase la segunda venida. 

Tercero, en estos tiempos violentos, lo que debemos hacer como cristianos es ser luz y en primer lugar amarnos como cuerpo de Cristo. El nuevo testamento y particular los capítulos que se refieren al fin de los tiempos y sus señales, son una guía para unirnos y no para separarnos. Dichos capítulos son para buscar con temor y temblor la santidad y misericordia de Dios, más que para cuadrarnos detrás de un candidato como si fuera un verdadero enviado de Cielo. 

Tengamos temor de usar la profecía para manipular o imbuir la conciencia de aquellos que nos consideran siervos o ministros de Dios. Tengamos confianza en que Dios es Señor de la Historia y que traerá a cumplimiento todas sus promesas independientes del liderazgo mundial y nacional. Apuremos la predicación e intercesión para hacer la obra que nos fue encomendada y despojémonos de la épica, las fábulas y la efervescencia profética que nos divide, adormece y entrega a merced de los vientos cambiantes de la Historia.  

Referencias Bibliográficas

Baumgartner, Frederic J., Longing for the End: A Hisotry of Millenialism in western Civilization. New York: Ed. Palgrave, 1999.

Court, John M., Approaching the Apocalypse: a short History of Christian Millenarianism (New York: I.B. Tauris & Co Ltd., 2008).

Christianson, Paul, Reformers and Babylon: English Apocalyiptic Visions From The Reformation to the Eve of the Civil War. Toronto: University of Toronto Press, 1978.

IRVING, W.: La vida del Almirante Don Cristóbal Colón. España, Istmo, 1987.MANSILLA, Miguel Ángel; ORELLANA URTUBIA, Luis Alberto  and  PANOTTO, Nicolás. La participación política de los evangélicos en Chile (1999-2017). Rev. Rup. [online]. 2019, vol.9, n.1, pp.175-204

Simón Abadala. Licenciado en filosofía y egresado de derecho de la Universidad de Chile, Magister y Dr. en Filosofía de la Universidad de los Andes. Abdala.simon@gmail.com

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