Evangélicos, pentecostales y homosexualidad: en búsqueda de fidelidad bíblica – Por Esteban Quiroz

gay cross

Por Esteban Quiroz Gonzalez*

La homosexualidad es uno de los temas más importantes de los últimos años a nivel social, político y religioso. Los movimientos de liberación homosexual han llevado su lucha a toda la sociedad occidental y han logrado visibilizar notablemente sus demandas, logrando importantes avances. Las iglesias pentecostales en Latinoamérica, al igual que la mayoría de los movimientos evangélicos en general, han promovido una ferviente resistencia, identificando aquellos movimientos como si se tratase de la más grande amenaza para el cristianismo e incluso para la propia civilización. Aquella actitud no parece ser cuestionada por la gran mayoría de los líderes cristianos, que -vez que tienen oportunidad de dirigirse a los políticos o a los medios de comunicación sociales- algo tienen que decir al respecto, tomando una posición militante en contra de sus demandas.

En este trabajo, intento señalar consideraciones bíblicas desde una perspectiva pentecostal crítica, y trato de dar una explicación teórica y práctica para este fenómeno, a fin de ofrecer una forma escritural de tratar con él. Ahora bien, al decir que trataremos críticamente el tema de la homosexualidad y la iglesia, alguien podría pensar que nos proponemos señalar que las prácticas homosexuales bíblicamente no son pecado, y a pesar de que las posiciones teológicas que señalan esto no deben ser descartadas de plano sino que cuidadosamente estudiadas y reflexionadas (como toda posición teológica), no es ésta la base sobre la cual planteo desarrollar el debate[1]. Por el contrario, el análisis que hago es en base a un pensamiento teológico que podría ser clasificado como “ortodoxo” o “conservador”, en el que comprendo que la Escritura señala literalmente que las relaciones homosexuales son pecado, y que es la visión en la que normalmente se sitúa el pentecostalismo. Hecha esta precisión, veamos qué sucede al considerar la homosexualidad como pecado[2] y las consecuencias que eso tiene (o debería tener) para un pentecostal.

Pentecostales y el pecado

¿Cómo reacciona el evangélico pentecostal ante el pecado? O más precisamente aún ¿cómo reacciona el evangélico pentecostal ante los pecadores? ¿Cuál es el mensaje del pentecostal ante quienes practican el pecado? Olvidémonos un momento de la homosexualidad, y reemplacémosla por otros pecados recurrentes en las comunidades en las que nos desenvolvemos, elegiré tres pecados: la borrachera, la delincuencia, y la idolatría.

He elegido deliberadamente estos tres pecados, porque además de ser muy diferentes entre sí, son pecados en los que nuestras comunidades tienen un poderoso efecto: el pentecostalismo se ha hecho cargo de evangelizar a muchísimos alcohólicos, siendo éste un testimonio común dentro de nuestras comunidades[3]; de la misma manera la delincuencia, por cuanto el trabajo de evangelización en las cárceles es un elemento distintivo de la identidad pentecostal, y la idolatría por cuanto también ha sido un importante punto en lo que refiere a la mundanalidad.

Si nos fijamos con atención, la actitud pentecostal hacia estas prácticas ha sido bastante clara: acoger a quienes lo practican con amor, predicar un evangelio de arrepentimiento, y hacer todo ello en forma autónoma al poder político-legislativo, esto es, con una total indiferencia al reconocimiento jurídico o no de dichas prácticas.

Efectivamente, los alcohólicos son muy bienvenidos a nuestras iglesias incluso si se presentan a ella en manifiesto estado de ebriedad y no sólo eso, la venta de alcohol es completamente legal y permitida por el Derecho y no parece importarnos a pesar de que lo consideramos pecado o a pesar de que nuestros hijos puedan tener acceso a él; la idolatría que vemos a diario en muchos eventos musicales, en las otras religiones, y aún en los espectáculos deportivos es completamente legal y legítima y a ninguno de nosotros se nos pasaría por la cabeza prohibirla, no sólo eso, muchas prácticas idólatras llegan a ser promovidas y subsidiadas por el Estado, pero a nosotros eso no nos perturba, ni nos parece relevante a nivel político a pesar de que lo rechacemos a nivel moral; e incluso al hablar de la delincuencia, que sí es ilegal e incluso reprimida por el Derecho, los evangélicos y especialmente los pentecostales nunca hemos necesitado ni exigido del Estado nada para poder frenar dicha problemática, por el contrario, siendo completamente indiferentes al interés estatal y social de deshumanizar y maltratar al delincuente, los pentecostales nos hemos encargado de considerarlos como iguales, preocupándonos de mejorar su convivencia y sus precarias condiciones de existencia, para hacer que ellos lleguen a conocer el amor de Dios en Cristo y sean transformados por él.

Así, podemos ver que los evangélicos pentecostales, en lo que al pecado refiere, siempre hemos confiado mucho más en la conversión voluntaria al evangelio de Cristo a través de la predicación en el poder del Espíritu a todo aquel que cree, antes que las herramientas políticas, o los por así decirlo, rudimentos del mundo. Para enfrentar cualquier tipo de pecado, sea legal o ilegal, sea socialmente legítima o no su práctica, el poder de la ley civil nunca nos ha importado, ni nos ha detenido para acercarnos hacia las personas con amor y misericordia. Nuestra consideración acerca de lo errado que es tal o cual pecado nunca nos llevó a iniciar una persecución moral, ni política, ni social hacia quienes lo practican. Sin embargo, curiosamente, resulta manifiesto que esto no sucede con los homosexuales.

Cabe preguntarse entonces ¿cuáles son las razones de estas diferencias? Son varias, sin embargo, hay algunas de ellas que deben ser descartadas y otras deben ser afirmadas con todo el peso de su razón a fin de comprender el fenómeno y corregirlo. Aquí propongo algunas:

La noción de Sodomismo

Está arraigado en el cristianismo el recuerdo de la historia de Sodoma y Gomorra. En ésta, se nos relata que Dios destruye dichas ciudades pues su pecado era de tal nivel que decide juzgarlas. La historia relata que Dios envía sus mensajeros hasta Lot a fin de salvarle la vida, pero mientras hacían esto, los habitantes de Sodoma intentaron violarlos, de ahí se ha entendido que sodomismo es sinónimo de homosexualidad[4]. Como resultado, en muchas ocasiones se ha escuchado a cristianos poco reflexivos decir que si se llegara a legalizar el matrimonio homosexual, Dios nos destruirá como destruyó a Sodoma y Gomorra.

Al respecto, se deben considerar tres elementos fundamentales de la propia Escritura:

El primero es que la Biblia señala que Dios destruyó Sodoma y Gomorra por pecados diferentes al incidente de los mensajeros de Lot (que está mucho más relacionada con una prueba de la bondad de Lot, que intentó salvar a los mensajeros). Los pecados específicos por los cuales Dios destruyó Sodoma aparecen varios libros más adelante, en Ezequiel capítulo 16:49-50 diciendo:

He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité[5].

Curiosamente, los mismos cristianos que utilizan la historia de Sodoma para oponerse a la homosexualidad han olvidado e ignorado este pasaje, y no han reaccionado con esa misma pasión ante estos pecados, que son problemas abundantes en el mundo y que sí están en las manos de las autoridades políticas.

Pero existe aún un segundo motivo para rechazar esta noción, todavía más importante a nivel cristiano, y es que Jesús nos ha enseñado que el Padre ya no está juzgando a la humanidad como lo hizo en tiempos de Sodoma, sino que todo el juicio ha entregado al Hijo (Juan 5:22-23), y el Hijo a nadie juzga, sino que son sus palabras las que juzgarán en el día postrero (Juan 12:47-28). De hecho, cuando los discípulos de Jesús quisieron pedir a Dios juicio en contra de los que no lo recibieron, a través del descenso de fuego del cielo a fin de destruir a los pecadores, Jesús les reprendió diciendo que “el Hijo del hombre no vino a perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:54-56). Hoy por hoy, de acuerdo con la enseñanza de Jesús, las catástrofes naturales si bien pueden ser consecuencias del pecado (piénsese en el daño ambiental), no operan como juicios divinos, sino como señales de la próxima venida de Cristo (Mateo 24).

Y todavía nos queda una tercera razón: el matrimonio homosexual no significa la creación de la homosexualidad, sino su mero reconocimiento legal. Resulta curiosa la confusión que se produce al respecto, pues en esta forma de pensar pareciera ser que el pecado nace de la ley y no de la práctica, como si el derecho positivo fuese o crease la realidad. En otras palabras, la condenación no vendría por aquello que es legal o socialmente legítimo, sino por aquello que efectivamente hacemos o dejamos de hacer, de manera que quienes sostienen esto confunden la legitimidad jurídica con la santidad.

Homofobia transversal y su escudo

La homofobia, o la aversión a los homosexuales, no es monopolio de algunos grupos evangélicos, ni siquiera de los cristianos, sino un problema que ha caracterizado a toda la sociedad occidental. Si bien es cierto que muchas instituciones, partidos políticos e ideologías hoy apoyan la causa homosexual en su totalidad, también es cierto que hace veinte, diez o incluso cinco años, a la gran mayoría de éstas les parecía aberrante, siendo su rechazo una cuestión transversal. Así, aún en los grupos ideológicos y políticos que hoy apoyan la causa gay, como es el caso de los grupos de “izquierda liberal”, hasta hace algunos años la homosexualidad era despreciada abiertamente[6].

¿Por qué digo esto? Porque lo que intento probar es que, finalmente, en el proceso de transformación de la totalidad de la sociedad desde la homofobia a la tolerancia, los cristianos nos hemos quedado atrás mientras los demás reflexionaban y enmendaban sus errores. Esto pues hemos podido esconder nuestra propia homofobia detrás del par de pasajes bíblicos que sabemos la señalan como pecado, sin reflexionar adecuadamente sobre qué es lo que eso significa. En efecto, considerar la homosexualidad como pecado, como una decisión incorrecta[7], no es lo mismo que el odio y la aversión que hemos venido mostrando, ni fundamento suficiente para la persecución y negación de derechos a quienes no dañan a nadie con su actuar. Muchas personas homofóbicas cristianas esconden su condición en una especie de búsqueda de santidad, sin embargo, lo cierto es que no reaccionan de esa forma ante los otros pecados, obsesionándose con ellos y elevando la homosexualidad a una categoría de “súper-pecado”.

No perseguimos de la misma forma a los borrachos; nos importa muy poco si los ateos adoptan niños y les enseñan a sus hijos a ser ateos; y no estamos preocupados de prohibir la práctica pública de religiones paganas (ni deberíamos), entonces, la única explicación para nuestro comportamiento respecto a los homosexuales es que no hemos querido renunciar a la homofobia que toda la sociedad tiene y nos hemos escudado irreflexivamente en nuestras Biblias, olvidándonos de los alcances de nuestra propia doctrina, y poniéndonos nosotros mismos como campeones y garantes de la discriminación. No les hemos compartido ni la gracia, ni el perdón que nosotros -en nuestros pecados- hemos recibido, sino sólo una irreflexiva persecución, que esconde odio, miedo, prejuicio y obsesión.

Es tiempo de que la iglesia reaccione, es tiempo de que la vieja mujer y el viejo hombre mundano, que es homofóbico, que odia a otras personas sólo porque practican el sexo de una forma que consideran extraña o incorrecta, sea transformado y muera, hasta dar lugar al hombre y mujer espiritual que no desprecia a ninguna clase de pecador, que no persigue a los demás, sino que predica un evangelio de arrepentimiento y de transformación para el que cree, no para perseguir al que no.

Despolitización, sobresexualización de la moral cristiana y escasa reflexión teológico política

Hace mucho tiempo que la iglesia ha dejado de cumplir su rol a nivel político, ha dejado de manifestarse en favor del prójimo (Miqueas 6:7-12), de los desvalidos, del huérfano, de la viuda y del extranjero (Isaías 1:13-17), ha guardado silencio sobre la guerra, el hambre y la violencia (Proverbios 24:11), para confinarse y enajenarse en sus propios problemas internos, y guardar silencio ante la injusticia social (Amós 8:4-7). Las razones de esto exceden el propósito de este trabajo, pero lo cierto es que la iglesia se ha despolitizado y guardado silencio en forma dramática.

El resultado de esta despolitización, ha devenido en una reducción de la moral cristiana hacia una moral eclesiástica, de púlpito, de reunión, eminentemente interna y si se trata de cuestiones sociales, la despolitización opera en que reduce la moral cristiana a pecados que no golpean al poder político y económico o al estatus quo, y como son muy pocos los valores cristianos que apuntan hacia algo que no sea aquello, termina reduciéndose a lo sexual, que es donde están en primer lugar las reivindicaciones de los homosexuales y de las mujeres.

                Debemos sumar a esto una escasa reflexión sobre teología política, en la que no sólo no se aborda en forma reflexiva la doctrina cristiana en relación con el Estado y el gobierno en un contexto democrático y global, sino que además no se comprende qué es el Derecho. En efecto, el Derecho es una herramienta de convivencia y paz social de grupos humanos diferentes dentro de un Estado[8] en el que caben cristianos y ateos, homosexuales y heterosexuales, ricos y pobres. Pero los evangélicos lo miramos como si fuese una herramienta “evangelística” más. Esto ha dado origen a que nos comportemos con pretensiones totalitarias al hablar de políticas de Estado y gobierno, queriendo imponer nuestras convicciones al resto de la sociedad, sin entender que nuestros valores a nivel jurídico deben manifestarse en herramientas para obtener paz social y sana convivencia, es decir, un campo fértil para hablar de amor con los oprimidos, lo que es, por cierto, sustancial al cristianismo[9].

Así, la mezcla de estos factores degenera en que muchos líderes cristianos que están intentando entrar en el ambiente político (repolitizarnos), lo terminan haciendo con una visión de la moral cristiana atrofiada y minimizada, en la que parecieran reducir lo cristiano a lo eminentemente sexual. Aquello se manifiesta en todo su esplendor en un lamentable concepto que se llama “agenda valórica”. Pero la agenda valórica no se trata necesariamente de los valores de Jesús o de los profetas a nivel político, sino de la oposición cristiana a reivindicaciones de minorías sexuales, no se trata de inmigración (Levítico 24:22), de pobreza (Lucas 6:20-26), ni de sueldos (Santiago 5:1-6), se trata sólo de lo que las personas hacen en su cama o hacen con sus cuerpos[10]. Esa es pues, la tercera explicación de este fenómeno.

Conclusiones

La reacción del pueblo evangélico y pentecostal hacia el tema de la homosexualidad no tiene una correlación adecuada con la reacción que tenemos al resto de los pecados. Dicho actuar se explica por una mezcla compleja de factores, dentro de las cuales destacan problemas de carácter cultural, político y teológico. Es urgente que el pueblo de Dios reflexione en torno a ello y se enfoque en su verdadera meta: la predicación de un evangelio transformador a todo aquel que cree y un mensaje político que comprenda cuál es la relación bíblica entre la iglesia y el Estado, el sentido y alcance del Derecho a nivel teórico y práctico, y sobre todo, a la recomprensión de su propia labor política, que está relacionada con una transformación de la realidad a través del amor y la fe en Cristo.

 Resulta lamentable que la noción de “un Chile para Cristo” haya pasado de ser el sueño de una evangelización llena del poder del Espíritu que convence al mundo de pecado, justicia y juicio, al sueño de hacer que Chile sea para Cristo por medio de leyes humanas inútiles para transformar a las personas. Nos desplazamos así hacia una concepción política que podría ser caracterizada como una especie de teocracia fascista (proceso que ya estamos viendo con Trump), y no sólo eso, desde un punto de vista pentecostal, estamos renunciando al poder del Espíritu para confiar en el poder del hombre, en el poder político y económico, en el poder de las leyes y los Códigos, olvidando que -si algo tenemos que decir hacia dichos poderes- no es otra cosa que hagan justicia en favor de los débiles (Isaías 10:1-3).

Hoy más que nunca resulta necesario recordar que no es con espada, no es con policías, no es con ejército, no es con la coerción de las normas legales, sino que con el Espíritu de Dios.

*Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Chile, miembro de la Iglesia Metodista Pentecostal.

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Bibliografía

Alessandri R, A., Somarriva U, M., & Vodanovic H, A. (2011). Tratado de Derecho Civil, Parte Preliminar y General (Vol. I). Santiago, Chile: Editorial Jurídica de Chile.

Fernández L, M., Godoy S, E., Herrera G, P., Muñoz S, J., Venegas V, H., & Yañez A, J. C. (2008). Alcohol y trabajo. El alcohol y la formación de las entidades laborales. Osorno: Editorial Universidad de Los Lagos.

King, M. L. (1999). La Fuerza de Amar. Madrid: Acción Cultural Cristiana.

Reina, & Valera. (1960). Biblia.

[1] Dentro de los evangélicos, quienes han preferido esta interpretación han sido los miembros de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile.

[2] La Escritura señala a la homosexualidad como pecado en algunos pasajes del Antiguo Testamento como del Nuevo, son al menos 6 pasajes breves (Levítico 18:22; 20:13; Deuteronomio 23:17; Romanos 1:27; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:10). Así, la Biblia lo deja como una práctica moralmente incorrecta y no como una enfermedad como por muchos años creyeron los científicos o aún sostienen en forma torpe muchos cristianos. La Biblia tampoco señala que sea un endemoniamiento como algunos cristianos sostienen de forma irreflexiva no solo de la realidad, sino de su propia fe.

[3] Está bien documentado por los historiadores, que el alcoholismo fue uno de los grandes azotes del siglo XX país para la clase trabajadora de nuestro país (Fernández L, y otros, 2008, pág. 84). El evangelio pentecostal que acogió este problema se hizo cargo de una realidad que urgía cambiar, y eso explica en parte su poder.

[4] En la Real Academia Española de la Lengua es definida la “sodomía” como sexo anal.

[5] En el libro de Judas 1:7 en la versión Reina-Valera 1960, al hablar de Sodoma y Gomorra se señala que el pecado cometido sería de aquellos “contra naturaleza” para apuntar a la homosexualidad. Aquella traducción supone recoger un concepto filosófico propio de la escolástica católica. La mayoría de las traducciones, incluida la Reina Valera 1909, apuntan a “haber seguido carne extraña”.

[6] Existen quienes sostienen que el apoyo a lo homosexual es el resultado de un “Neomarxismo cultural”, lo cierto es que los países en los que ha iniciado y prosperado la causa gay son países capitalistas, y países capitalistas de una raíz política eminentemente protestante (USA, Inglaterra, Holanda, Canadá). No así en los países de izquierda como Venezuela, China o Corea del Norte, donde los derechos de los homosexuales encuentran profunda resistencia, como también sucedía en la URSS.

[7] Esto, omitiendo por ahora el importante e interesante debate acerca de las causas por las cuales una persona se declara a sí misma homosexual.

[8] (Alessandri Rodríguez, Somarriva Undurraga, & Vodanovic Haklicka, 2011, pág. 15)

[9] (King, 1999, pág. 59)

[10] Lo único de la agenda valórica que se acerca al prójimo un poco es el aborto. Pero la oposición al aborto sin manifestación en favor de la vida de los niños abandonados, de las mujeres violentadas, de la crisis de los servicios de menores y de adopción etc., no parece ser parte de una preocupación suficientemente honesta por los débiles, sino más bien una forma de control social sobre la mujer y su cuerpo.

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