*Luis Aránguiz
En esta ocasión quiero abordar un tema difícil para nuestras congregaciones pero que, espero, analizado de la manera correcta, nos ayude a pensar en la búsqueda de soluciones: me refiero a la administración de los dineros en las iglesias pentecostales.
Esta ha sido un área delicada y sujeta a constante escrutinio desde los mismos inicios del cristianismo. El apóstol Pablo, por ejemplo, fue extremadamente cuidadoso en esta área, y aun siendo consciente de los derechos de un apóstol, y que es mandato del Señor que los que anuncian el evangelio vivan del evangelio, en más de una ocasión trabajó con sus propias manos para sustentarse, y así no ser gravoso a las congregaciones de nuevos conversos, como ocurrió tanto en Tesalónica como en Corinto.
El año 2017 marcó un hito estremecedor en el pentecostalismo chileno. Debido a diversas tensiones, la prensa comenzó a hacer publicaciones seguidamente sobre el patrimonio que manejaba un obispo de una importante denominación pentecostal hasta que, finalmente, ya se había hecho evidente que la riqueza acumulada por dicha autoridad provenía de los millonarios ingresos de la iglesia. Esto acentuó una pérdida de credibilidad social para los evangélicos. Pero también se acentuó la pérdida de credibilidad dentro de las propias iglesias. Ustedes saben al caso que me refiero, el de la iglesia de Jotabeche. ¿Recuerdan como terminó la crisis? La iglesia depuso al obispo, se enfrascaron en una batalla legal y ahora están intentando reestructurar todo su funcionamiento interno para que algo así, Dios mediante, no vuelva a pasar.
En los días de esa crisis, varios pentecostales comenzaron a pensar sobre la situación de sus propias iglesias. En las redes sociales empezaron a circular historias. Uno por allá hablaba de que en su iglesia o denominación también pasaba que el pastor se enriquecía. Otro contaba que tal o cual pastor de tener muy poco antes del ministerio, ahora hasta tenía empresas. Y así. Naturalmente, muchas de estas cosas no se hablan dentro de la propia congregación porque, nobleza obliga, todavía existe cierto respeto a la autoridad. Pero ¿cuánto tiempo más podrá resistir este respeto?
Fuera de las anécdotas, empezaron a aparecer preguntas fundamentales: ¿cómo se regulan los recursos y dineros de las iglesias locales y denominaciones, esas “ofrendas silenciosas” como se les llama, que se piden los domingos? ¿Qué es lo que hace que un pastor se pueda enriquecer con los diezmos y ofrendas? ¿Cómo puede cambiarse eso? El problema en líneas generales es claro: el enriquecimiento, la administración deficiente de los recursos y la arbitrariedad sobre la decisión de su uso. Sin embargo, la solución todavía no es así de clara.
Quisiera que me acompañaran un momento a la historia porque a veces, en el pasado, también se pueden encontrar orientaciones para el día de hoy.
Como todo buen pentecostal sabe, el movimiento tuvo orígenes sencillos en Chile. Pero la iglesia de la cual proviene es la metodista, que se caracteriza por ser una iglesia ordenada y, en un principio, se buscaba que ese orden administrativo también existiera en el mundo pentecostal. Por esos días, cuando nadie entendía muy bien de qué trataba el movimiento, se ofreció la siguiente respuesta sobre el tema administrativo. Presten atención a la siguiente cita:
“El pastor es tal por la invitación y nombramiento de un cuerpo que se llama una Junta de Oficiales, que tienen a su cargo todos los asuntos materiales de la iglesia, en particular todas las finanzas. Estos perciben todos los dineros que entran en la iglesia y pagan al pastor un sueldo que ellos mismos fijan. Estos también secundan eficazmente la obra espiritual de la Iglesia”.
¿Quién dijo eso? Se estarán preguntando. Pues bien, no los hago esperar. Esta cita es de Willis Hoover, el pastor fundador del movimiento pentecostal en Chile. Aparece en un texto publicado en la revista Fuego de Pentecostés número 7, de julio del año 1928.
El pastor Hoover escribió este texto para dar respuesta a interpelaciones que se hacían al movimiento pentecostal en una serie de áreas. Es por eso que, entre otros, tocó el tema de los dineros, despejando así cualquier duda sobre la administración proba de los dineros en el naciente movimiento pentecostal y así no dar que hablar a quienes no creían.
En esos años todavía no ocurría la división que dejó dos grandes troncos descendientes del avivamiento de 1909: la Iglesia Evangélica Pentecostal y la Iglesia Metodista Pentecostal, de las cuales provienen varias otras iglesias y subdivisiones. ¿Por qué menciono esto? Por dos razones.
La primera es que eso indica que antes de que se quebrara el movimiento, ya existía una noción de administración de los recursos y la segunda es que, por lo tanto, toda iglesia pentecostal que ha surgido desde estos dos grandes troncos, cualquiera sea, incluso neopentecostales que pudieran provenir de esta línea, pueden llegar a esta raíz para evaluar su situación actual.
Si nos fijamos, el pastor Willis Hoover dice tres cosas importantes: La primera de ellas es que es la Junta de Oficiales, y no el pastor, la que tiene a cargo las finanzas de la iglesia. La segunda es que es esta misma Junta de oficiales, y no el pastor, la que recibe los dineros que entran a la iglesia. Y la tercera es que esta junta de oficiales le asigna un sueldo al pastor.
Por sugerir reestructuraciones mucho menores en comparación con estas, hay hermanos que se han llevado reprimendas en sus contextos eclesiales, incluso acusados de radicales y rebeldes. Si esas mismas personas que hacen esas acusaciones supieran cómo se administraban las iglesias pentecostales antes, el pastor Willis Hoover les habría parecido un revolucionario.
Hay quien imagina que cuando se habla de darle “sueldo” a un pastor, eso significa que sus recursos se verán disminuidos. Pero la verdad es que no necesariamente es así. En las denominaciones que asignan sueldo a sus pastores se entiende que el pastor tiene una familia y se sabe perfectamente que hay una serie de gastos importantes que cubrir, como en cualquier familia y, en la medida de sus posibilidades, esas congregaciones les otorgan merecidos sueldos a los pastores. Pero además, a nivel denominacional una administración cuidadosa de los recursos puede ayudar a pastores cuyas iglesias locales no tienen recursos suficientes para sostenerlos.
La administración de los recursos les permite a las congregaciones utilizarlos en muchas tareas, desde ayudas a hermanos en necesidad, pasando por servicios de toda índole a personas en situaciones precarias hasta, por supuesto, el financiamiento de obras pastorales o misioneras en las que hay necesidad de inyección de recursos. Alguien podrá decir “pero eso lo puede hacer el mismo pastor que administra”. Por supuesto que sí, le contesto yo. Pero el problema es que en ese caso queda a discreción del pastor el hacerlo o no y a veces hay quienes lo hacen, pero también puede haber quienes no lo hagan, o que hagan menos de lo que se podría hacer con lo que tienen. En este modelo, hay iglesias en las que no se rinde cuenta del uso del dinero a la congregación. Así, que una congregación tenga un cuerpo de oficiales o diáconos que administre los recursos no solo permite más participación de la hermandad, sino que al mismo tiempo asegura también que se preste más atención a lo que puede hacerse con los recursos que todos aportan. Es lamentable saber de personas que no dan recursos en sus iglesias porque finalmente no saben si su dinero va a parar a un arca personal o si es utilizado para la obra.
Hasta ahora hemos hablado de lo problemático que es administrar recursos en la iglesia local y la necesidad de preguntarse cómo mejorarlo. Imaginen pensar qué ocurre a nivel de toda una denominación, considerando que las denominaciones pentecostales son grandes. ¿Cuántos recursos hay y cuánto se podría hacer con ellos simplemente si se optimizara su administración?
En los días de pobreza en los que navegó Willis Hoover, posiblemente nunca imaginó hasta dónde podría crecer el movimiento en Chile. Pero si hasta hoy reinara el modo de administración que en sus días funcionó, quizás cuánto más se podría haber hecho. Ignoro el momento exacto en que esto empezó a cambiar. Pero no es hora de volcarse a eso. Por el contrario, es hora de aprender del pasado.
En esos mismos días de pobreza en los que navegó Willis Hoover, había muy escasa educación. Solo en los últimos años han entrado los pentecostales a la universidad. Pero hoy ya hay ingenieros comerciales, contadores, administradores públicos, economistas, algunos con doctorado en el extranjero incluso. Hay hermanos y hermanas más que capacitados dentro de las propias iglesias para trabajar en este tema. ¿No será tiempo de que se les permita poner al servicio de sus congregaciones los conocimientos que han adquirido?
Pastor, hermano, amigo: ¿Habrá que esperar otro escándalo como el de Jotabeche, con sus tristes consecuencias, para que se reflexione sobre la importancia de una administración y un sistema administrativo que permita un sano desarrollo de la obra? ¿Tendrá que ocurrir algo así en la propia iglesia para que el tema se considere adecuadamente? Hay quienes dicen querer seguir a Willis Hoover en la búsqueda de un nuevo avivamiento. “Chile, tierra de avivamiento”, se dice. Tal vez sea hora de que también se lo siga en algo menos portentoso, pero no por ello irrelevante: una buena administración de los recursos.