La dimensión social del poder de Dios – Por Ebony Adedayo

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Por Ebony Adedayo*

“Qué pensará la gente / cuando se entere que soy un fanático de Jesús / Qué hará la gente cuando descubra que es verdad / no me importa si me etiquetan como un fanático Jesús / No se puede disfrazar la verdad” Jesus Freak, DC Talk.

Si hubiese una canción cristiana que caracterizara mi experiencia como joven, tendría que ser Jesús Freak de DC Talk. Lanzada en 1995, definió lo que significaba para mí el vivir una vida completamente entregada a Dios. Vivir una vida encendida (on fire), como lo llamábamos afectivamente, era una gran cosa para jóvenes como yo que crecieron en un contexto pentecostal como el de las Asambleas de Dios. En la era del avivamiento de Brownsville y la Bendición de Toronto, ser consumido por cualquier otra cosa simplemente no era una opción si eras realmente cristiano.

Competíamos por las bendiciones de Dios, más bien, por la manifestación del Espíritu Santo en nuestras vidas. El verdadero distintivo de nuestro compromiso con Dios era si acaso podíamos o no hablar en lenguas. El segundo era si acaso podíamos o no “caer en el espíritu” o, al menos, tener una profecía dirigida a nosotros cuando el evangelista imponía las manos en nuestras cabezas. Y porque experimenté ambas cosas, estaba confiada de que yo realmente estaba viviendo una vida que era agradable a Dios.

Estábamos principalmente preocupados de la obra visible del Espíritu Santo. Queríamos los frutos del Espíritu –cosas como el amor, gozo, paz y paciencia- pero había muy pocos sermones predicados acerca de cómo vivimos en comparación con sermones sobre cómo asegurarnos de ser llenos del Espíritu. Oramos por eso. Ayunamos por eso. Todos hicimos vigilia y vimos «See you at the Pole» (1) para probar cuan entregados a Dios estábamos. Trabajábamos y permanecíamos en el altar, a veces por horas, convencidos de que si hacíamos nuestra parte, Dios aparecería y derramaría su Espíritu de la misma forma que lo hizo en la iglesia primitiva, al menos del mismo modo que lo hizo en el avivamiento de Azusa Street. Juzgamos a otros cristianos que no buscaban a Dios de la misma manera, haciendo juicios de valor sobre los creyentes e iglesias que no estaban experimentando demostraciones poderosas del Espíritu.

Y así como Dios nos llenaba con el poder de su Espíritu Santo, atesoramos la unción y la gastamos en nosotros mismos. No nos preocupamos, o lo hicimos muy poco, sobre cómo el mismo Espíritu podría dar vuelta el mundo de arriba abajo. A diferencia de la iglesia primitiva, la llenura del Espíritu significó para nosotros más manifestaciones evidenciadas en el incremento de asistencia a la iglesia, las nuevas conversiones y el acto de hablar en lenguas. Mi Dios, cómo priorizábamos el hablar en lenguas. Pero no pensamos sobre cómo el Espíritu Santo podía usarnos para desmantelar sistemas de injusticia que estaban manteniendo a la gente cautiva a la opresión y el dolor.

La iglesia primitiva era ponderosa y amenazante en su testimonio porque traía el Reino de Dios mientras que desmantelaba reinos construidos sobre la explotación y la opresión, ese era su modus operandi. La llenura del Espíritu Santo para ellos, significó lenguas y otras demostraciones visibles del Espíritu, sí, pero también significó poder. En efecto, este es el gran asunto que Jesús enfatizó a los discípulos antes de su ascensión: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8)

Como vemos, Jesús nunca habló acerca de la forma en la que el Espíritu vendría, nunca habló sobre los dones visibles que fueron ligados a la presencia del Espíritu. La preocupación central de Jesús era que la Iglesia, empoderada por el Espíritu, sería testigo al mundo alrededor de ella. En su ausencia física, Jesús buscó que estos nuevos creyentes cargaran el testimonio de su ministerio y compromiso con “dar buenas nuevas a los pobres; sanar a los quebrantados de corazón; pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; poner en libertad a los oprimidos; predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:18-19). Sin esta llenura del Espíritu, ellos no habrían sido capaces de permanecer en uno de los imperios más opresivos del mundo y proclamar la justicia y verdad de Dios.

Aún me pregunto cómo Dios podría usar a la Iglesia de modo similar en el presente. Mientras que es bueno pensar sobre cómo el Espíritu Santo continua revelándose en nuestras vidas de maneras visibles, su poder nos es dado para atestiguar la verdad y la luz de la Palabra de Dios. Dios nos llena y renueva con su Espíritu para que nosotros, como la iglesia primitiva, podamos resistir el mal y la opresión, y proclamar la liberación a todos aquellos que están atados en sistemas explotadores e injustos. Su poder nos habilita para permanecer contra imperios malignos y proclamar el gobierno de Dios en lugar de los gobiernos despóticos de nuestros días.

¿Cómo se vería si nosotros, como cuerpo, empezáramos a permanecer –como solíamos hacerlo- a ver el poder y presencia de Dios manifestándose en nuestras vidas de este modo? ¿Ayunaríamos y oraríamos, trabajaríamos y aguardaríamos, para testificar en el poderoso derramamiento del Espíritu Santo del que seríamos llenos, con el denuedo de testificar sobre la verdad y justicia de Dios en un tiempo en que la verdad está siendo redefinida y la justicia social siendo amenazada a cada instante? ¿Qué si Dios nos llenara con su poder de tal modo que pudiéramos centrar la justicia racial por el bien de los afroamericanos; alzar derechos de tierra por el bien de los habitantes originales de las mismas –los indios americanos-; promover la hospitalidad por el bien de los inmigrantes y refugiados cuyos países han sido destrozados por la guerra; buscar estrategias económicas que liberen en lugar marginar a los económicamente desventajados entre nosotros; y aceptar libertades civiles para las comunidades lgtb?

Entonces podríamos testificar el poder y llenura del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que levantó a Jesús de la muerte y que envolvió a la iglesia primitiva, obra milagros y transforma nuestra sociedad en una forma por nosotros nunca vista. ¡Quien habría pensado que la iglesia realmente podría dar vuelta el mundo!

*Licenciada en Estudios Pastorales por la North Central University y Master en estudios globales y contextuales por el Bethel Seminary. Como ministra ordenada, ha servido con juventud, jovenes adultos y en el ministerio de misiones.

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Originalmente publicado en Pax Pneuma, 2017. Traducido con autorización. Traducción de Luis Aránguiz Kahn.

(1) multitudinaria reunión anual de jóvenes cristianos en la que se canta y lee la biblia, entre otras cosas.

 

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