Por Cristian Diaz Sanhueza*
Vivimos tiempos en que la institucionalidad eclesiástica no despierta extrañeza alguna, su expresión es mirada con buenos ojos y en la academia es promovida mayormente sin una profunda reflexión; aquel sentido de movimiento dinámico parece anquilosarse cuando recordamos los inicios humildes y sencillos de grandes denominaciones evangélicas globales.
Una breve mirada hacia uno de los pioneros del movimiento de santidad, como el Ps. Alberto Benjamín Simpson, fundador de la que hoy es llamada “Iglesia Alianza Cristiana y Misionera” (ACyM) a partir de un concienzudo estudio de sus palabras y reflexiones, será una temerosa invitación a observar de manera panorámica los orígenes de un movimiento que como muchos, ha sufrido fuertes transformaciones a lo largo de los años. Volver (en la medida de lo posible y necesario) a los orígenes, rescatar el pulso apasionado de los fundadores, la simpleza de la comunión entre hermanos de la fe, la naturaleza e importancia espiritual del toque del Espíritu Santo en su grey, constituye la intención de la presente investigación que más que meras palabras, es una cálida invitación al recuerdo de unos de los más brillantes pensadores integrales del siglo XIX.
Previo a adentrarnos en algunos de los pensamientos de A.B. Simpson, permítame convidarle a comenzar con un cambio de visión respecto a la pentecostalidad como movimiento teológico a partir de una breve reseña de Stanley M. Horton en su obra titulada Teología Sistemática, una perspectiva pentecostal: “Alguien hizo notar una vez que el pentecostalismo es una experiencia en busca de una teología, como si al movimiento le faltaran raíces en cuanto a interpretación bíblica y doctrina cristiana. Sin embargo, las investigaciones realizadas sobre el desarrollo histórico y teológico de las creencias pentecostales han revelado una compleja tradición teológica. Ésta lleva en sí fuertes puntos en común con las doctrinas evangélicas, al mismo tiempo que da testimonio a favor de verdades acerca de la obra del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia descuidadas durante largo tiempo”.
Con la llegada de los avivamientos de fines de siglo XVII y XVIII en Europa y EEUU, los predicadores calvinistas, luteranos y arminianos evangélicos insistieron en el arrepentimiento y la piedad dentro de la vida cristiana. Una vez centradas en la vida santificada, aunque sin mencionar las lenguas, las imágenes de tipo pentecostal tomadas de las Escrituras (por ejemplo, “derramamiento del Espíritu”, “bautismo en el Espíritu Santo”, “lenguas de fuego”) terminaron por convertirse en algo típico de la literatura y los himnos del movimiento de Santidad característico de aquellos años.
Aunque la teología reformada histórica ha identificado el bautismo en el Espíritu con la conversión, algunos predicadores de avivamiento dentro de dicha tradición, entre ellos Dwight L. Moody y R. A. Torrey, abrigaban la noción de que existía una segunda obra para darle poder a los creyentes.
No obstante, aun con esta investidura de poder, la santificación retenía su naturaleza progresiva. Otra figura clave, el antiguo presbiteriano A. B. Simpson, fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, resaltó fuertemente el bautismo en el Espíritu y dejó una fuerte huella en la formación de la doctrina de las Asambleas de Dios. Los ministerios alemanes del siglo XIX que destacaban la oración por los enfermos (especialmente los de Dorothea Trudel, Johann Christoph Blumhardt y Otto Stockmayer) recibieron especial atención en América del Norte. La teología de la Santidad, con su creencia en la purificación instantánea del pecado, o recepción de poder espiritual, proporcionó un cálido ambiente para la doctrina de la sanidad inmediata por fe. Defensores de la sanidad, como Charles C. Cullis, A. B. Simpson, A. J. Gordon, Carrie Judd Montgomery, María B. Woodworth-Etter y John Alexander Dowie, basaban gran parte de sus creencias en Isaías 53:4–5, y en las promesas de sanidad del Nuevo Testamento.
A.B. Simpson, una breve mirada a su vida y obra
Trasladarnos a las líneas de A.B. Simpson requiere conocer algunos detalles de su vida y obra. Frente a este desafío el texto del Dr. Miguel Ángel Palomino denominado “A.B. Simpson y la Iglesia A.C y Misionera” nos será pertinente en este punto.
Alberto B. Simpson nació el 15 de diciembre de 1843 en Canadá, en el seno de una familia presbiteriana. Desde temprana edad su salud fue quebrantada por diversas enfermedades que en más de una ocasión lo pusieron al borde de la muerte. Estas experiencias él las tomó como pruebas de Dios que le acompañaron hasta la edad de los 17 años que fue cuando encontró sanidad completa, y tuvo una experiencia renovada con el Espíritu Santo. Más tarde él tomaría estos dos eventos para enfatizar que Cristo sana y santifica también.
Luego de sus estudios, al inicio de su ministerio, Simpson no puso mucha atención a la “evangelización masiva”, era un hombre infatigable y no supo lo que era tomarse unas vacaciones. En 1873 fue invitado a pastorear la Iglesia de Louisville en Kentucky, Estados Unidos, y aun cuando no tenía deseos de abandonar el pastorado en Hamilton, guiado por el Señor aceptó la invitación, para luego de un tiempo ir a pastorear la Iglesia Presbiteriana en Nueva York. Al cabo de cierto tiempo, tal iglesia participó activamente en cierta campaña de avivamiento, el éxito de esta fue una revelación para Simpson, quien hasta entonces sólo era un hombre de iglesia local. Simpson nunca más volvió a ser el mismo; se convirtió en un evangelista masivo, sin embargo se dio cuenta que necesitaba más preparación espiritual antes de cumplir su sueño de evangelizar el mundo. Él notó que estaba trabajando arduamente pero sin la llenura del Espíritu Santo. Sus reuniones al aire libre dieron como resultado que cientos de inmigrantes europeos hicieran decisión de fe, pero la iglesia no estaba muy feliz con este énfasis lo que gatilló su renuncia comenzando la obra entre los pobres de la ciudad sin apoyo más que el de su familia y unos pocos amigos. Ante este panorama, Simpson se dirigió a las iglesias de NY a quienes les dijo estaban más preocupadas en estrategias, sermones, decoraciones suntuosas, y gustos personales que en el destino de cientos de miles de hombres y mujeres que no tenían a Cristo. El 10 de febrero de 1882, A. B. Simpson y 34 otras personas comenzaron la iglesia Gospel Tabernacle (el Tabernáculo del Evangelio), comprometiéndose así a alcanzar a los perdidos con fe y sacrificio.
Junto con un fuerte énfasis misionero, esta iglesia se caracterizó por hacer cultos al aire libre, visitar hospitales y cárceles, tenían un instituto bíblico (lo que ahora es Nyack College), casas de auxilio para mujeres solas, asilos, orfanatos, y seguían trabajando con los inmigrantes europeos. En otras palabras, el trabajo de estas instituciones caritativas era tan extenso que el propio Simpson desconocía el alcance en ellas.
Simpson y el Evangelio Cuádruple: una propuesta pertinente para entenderle
Cristo Nuestro Salvador. Simpson comienza señalando categóricamente “La Salvación pertenece a nuestro Dios”. Como si quisiera remarcarnos con claridad que nuestros esfuerzos y decenas de programas son débiles frente al alcance de la gracia manifestada en la cruz. Nuestros púlpitos, más que lugares sobresalientes deben ser puntos de comunicación del principal mensaje del fundador: Cristo Salva.
Y esta salvación trae consigo la libertad de la culpa del pecado, de la ira de Dios, la maldición de la ley, el temor a la muerte, el reino de satanás y el padecimiento eterno. Javier Cortázar en su texto de análisis de la obra de Simpson comenta que “En nuestra cultura se desconoce la verdadera naturaleza del evangelio de la salvación que con claridad enseñó Simpson en su libro el “Evangelio Cuádruple”. Él realmente se preocupó de contextualizar las buenas nuevas para el hombre de su tiempo. Subraya que el evangelio no solo es poder salvador de almas sino aquel que transforma hoy y arranca al hombre del poder de la muerte con implicancias sanadoras en la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Solo la salvación de Cristo satisface todas las esferas de la vida humana. Cabe recordar que en las raíces del movimiento de Simpson, el evangelio fue anunciado con obras de misericordia para los pobres y enfermos, nunca hubo un divorcio entre alma, cuerpo, espíritu y lo social.
Cristo nuestro Santificador. La santificación no es la conversión, el alma debe proseguir a la santificación, aquel que no se esfuerza en su experiencia cristiana suele volverse un legalista. ¡No podemos crear la santificación con buena conciencia dado que no es autoperfeccionamiento, señala Simpson! La santificación es la separación del pecado (lo que no significa que este sea aniquilado), es la rendición a Dios, es la sed por la voluntad divina, un amor profundo a Dios y la humanidad y Jesús es la fuente misma de ella, es él nuestra santificación. Debemos tener una revelación divina de necesidad de santificación. Simpson señaló: “La santificación no es nuestra obra, no crecerá de acuerdo a nuestro esfuerzo, este acto es un don”.
Cristo nuestro sanador. Para Simpson, la sanidad es la mano de Dios directa sobre nuestra carga, la sola Palabra de Dios presenta la sanidad tan cabalmente como sobre el pecado. Cristo mismo nos sana por su toque divino, no es la cura por la oración sino Cristo mismo es ella; más explícitamente él señala: “La sanidad divina no es curación por fe, existiendo un peligro en concentrarse más en la fe que en mismo sanador”.
Podremos, prosigue, pedir la sanidad física cuando él la quiera también, una vez hecho esto podremos reclamarla sin vacilar, dado ella es parte de la obra redentora de Cristo. En este mismo sentido aclara, la sanidad viene por gracia, no por obra de hombre alguno, viene por fe, pero no es ella quien sana, él nos da la fe para confiar en él mismo si queremos recibirla. No es la fe del predicador ni la condición espiritual del enfermo que condiciona la sanidad divina, sino más bien la gracia del Cristo.
Rey que pronto viene. Simpson, influenciado por los grandes predicadores de la época, siendo el mismo precursor del pentecostalismo pasó del posmileniarismo al premileniarismo, convencido que Cristo vendría antes del milenio.
Para él, la iglesia primariamente estaba para rescatar a los perdidos y con esto en mente se abocó a la tarea de preparar a los creyentes para recibir al Señor cuando viniera por segunda vez. Se cuenta que los sábados en la noche se podía apreciar a un hermano pobre predicando y a uno rico y culto sujetándole el sombrero. El concepto de asistencia social estaba profundamente desarrollado.
Bautismo en el Espíritu Santo según A.B. Simpson
En su obra “Poder de lo alto”, tan importante y pocas veces citada en realidad, es comunicada la doctrina del bautismo del Espíritu Santo de manera magistral. Habiendo nacido del Espíritu como Él, debemos igualmente ser bautizados por el Espíritu para poder vivir la clase de vida que Él vivió y reproducir su obra. En esta línea, es el mismo Cristo quien bautiza con el Espíritu Santo, y lo primero que nos corresponde es recibirlo a Él y luego su Espíritu. Solo después de unirnos a Cristo estaremos en condiciones de recibir su Espíritu en toda su plenitud, él constituye el sello y origen de una nueva vida, es un fuego tan consumidor como vivificante. Con estas palabras pareciese que Simpson nos quisiera invitar a pensar que el bautismo espiritual no sucede en el mismo acto de la conversión, teoría que pareciese quizás reafirmarse en el capítulo IX del mismo libro donde considera: “Pareciese que hay una diferencia entre poseer el Espíritu y estar llenos de Él”. A pesar de sus estudios y diligencia al respecto, el mismo reconoce la dificultad del abordaje de lo espiritual, señalando que esta dimensión sobrepasa nuestro entendimiento y, las experiencias más reales, intensas e importantes a menudo nos vienen por medio de procesos que no podemos explicar. Enfatiza una y otra vez la necesidad de ir a beber de las aguas del Espíritu hasta ser henchidos de Él en todo su orden.
Comentario de Simpson en su texto Hechos de los Apóstoles
La pentecostalidad como la entendemos hoy requiere un análisis respecto al pensamiento de Simpson en torno a la acción del Espíritu Santo en los hechos de los apóstoles. Así, el Espíritu Santo viene como una administración temporal, primero para terminar la obra terrenal de Cristo y en segundo lugar para preparar el camino para su segunda venida. Él viene como uno que imparte poder, para hacer de nuestra vida una útil, dándonos recursos sobrenaturales sobre el pecado, el mundo y las enfermedades, en fin, nos da poder para ser lo que debemos ser; Él se manifiesta principalmente por el testimonio que damos acerca de Cristo. Una vez más, señala la exigencia de esperar su bautismo antes de emprender su obra, como Jesús, como sus apóstoles.
Avanzando en la misma obra, el autor aborda los efectos sobrenaturales del Bautismo del Espíritu Santo ocurrido en pentecostés, concluyendo en la aparición -entre otros sucesos- del don de lenguas, que tan pronto como apareció también se esfumó, y ello acompañado de una fuerte convicción, testimonio, intrepidez, sanidad, santidad, dirección, providencia, poder para sufrir y salvación.
A.B. Simpson en su obra “Cuando vino el consolador”
Siguiendo la misma línea de estudio, el bautismo de fuego -prosigue- no diferente al bautismo del Espíritu Santo, es una llama que cuando toma operación en un alma su efecto es similar al fuego del mundo natural. Y continúa con una pregunta: ¿tenemos la experiencia de esta bendición? ¡Cuán necesario es recibir el soplo de Cristo! Este soplo es también un sello, un sello que señala la experiencia cristiana como real y consistente, transformándonos a su misma imagen, de gloria en gloria. Al respecto, las Escrituras nos hablan de dos sellos, el primero determinado por aceptar a Cristo y su Palabra y el segundo es aquel de seguridad y garantía en sus promesas eternas dadas por el Santo Espíritu.
Una breve mirada a los dones espirituales según Simpson
No hay cristiano bíblico que pueda poner en duda el valor y permanencia de los dones que el apóstol Pablo en sus cartas describe tan plenamente. Hay muchas razones para creer en la continuidad de los dones en la iglesia de Cristo hasta el final de la edad y, es aparente el avivamiento de varios de ellos en nuestros días. Lejos de los extremos, debemos procurar aquellos que Él considere apropiados en su gran plan para cada uno de nosotros. Simpson no se cierra a la idea de la naturalidad de expresión de los dones en el culto cristiano siempre y cuando sean regulados por principios bíblicos como edificación, control y orden; pero por encima de todo, nos lleva a la búsqueda de la gracia de amor, camino principal para la llenura del Espíritu.
Generalidades de los Dones espirituales en su libro: La Iglesia Apostólica
En su obra titulada de la misma manera que esta breve reseña, Simpson remarca que la tendencia del pensamiento moderno y religioso es excluir de la Biblia todo lo sobrenatural, aun de la vida del cristianismo individual. Él fin de esto es reducir toda religión a un sistema de cultura y la iglesia a un club religioso, unida por atractivos sociales, entretenida por el intelectualismo y el arte sagrado y ocupada en reformas externas. Por un lado hemos de guardarnos del peligro de caer en un naturalismo extremo rechazando todo lo sobrenatural y, por otro lado hemos de guardarnos del peligro de un falso sobrenaturalismo que falsifica las obras de Dios.
Conclusiones
Escasos son los textos disponibles al español del Dr. Alberto Benjamin Simpson; sin lugar a dudas puedo inferir que estos otros contienen valiosos principios necesarios de apartar del olvido, y que hubieran enriquecido significativamente esta revisión bibliográfica.
Reconocido mundialmente ha sido el aporte de la iglesia ACyM en labores misionológicas globales, describirlos sería justo pero laborioso en gran medida, sin embargo luego de este estudio teórico-experiencial se denota un cierto distanciamiento entre su quehacer doctrinal (Bautismo Espíritu Santo, llenura del Espíritu, ejercicio de dones, sanidad, asistencialismo) y algunos de aquellos formulados por su propio fundador. Los motivos deber ser profundizados.
Reconocer que la tradición pentecostal desde sus orígenes es dueña de una amplia y compleja teología debería llevarnos a omitir el prejuicio que la academia teológica y el orgullo conservador y reformado nos ha dado con respecto a tales denominaciones.
A.B. Simpson, contrario a lo que muchos pudieran pensar, dentro del movimiento de santidad fue sin duda uno de los precursores del pentecostalismo. El estudio de su vida nos provee claras señales de la fuerte identidad asistencialista que caracterizó el pensamiento y posteriormente los movimientos que dé el surgieron, identidad que a juicio del presente examinador no se haya en el “adn” de la herencia comunitaria (al menos en chile), más allá de algunos programas e iniciativas de misericordia. El celo evangelístico que acompañó a Simpson y sus fieles hoy descansa en sociedades misioneras, programas afines, seminarios teológicos y uno que otro miembro que se desempeña a tiempo completo en labores misioneras, situación muy diferente a la activa función evangelizadora de la comunidad local inicial de aquel entonces.
Finalmente, frente a las temáticas relacionadas a la doctrina del Espíritu Santo y su impacto sobre la iglesia, Simpson en sus obras en ningún modo reniega el papel del Espíritu Santo en la vida del creyente y en su propia comunidad de fe, comenzando con la distinción entre la conversión y el bautismo (llenura, sello) del Espíritu sobre quien ha rendido su vida a Cristo el Salvador en primer lugar. El autor de tan diversa literatura, además de oponerse categóricamente al cesacionismo, invita no solo al conocimiento de todas las esferas del actuar del Espíritu, sino además sugiere su ejercicio y manifestación como dones espirituales en la comunidad de fe con orden y control. Esta situación nos podría hacer meditar que quizás las excesivas precauciones de esta y otras denominaciones tradicionales a fin de evitar excesos, equivocaciones o extravagancias incomodas hayan consecuentemente apagado el don recibido o los espacios y confianzas para el desarrollo de tales.
Todo lo anterior me permite finalizar con la siguiente pregunta: ¿Qué sucedió? ¿Por qué la distancia? ¿Temor? ¿Será la institucionalidad responsable de la transformación de un movimiento de santidad con alcances pentecostales iniciales como fue la Alianza en sus orígenes, comenzando por el propio Simpson, en una institución tradicional, conservadora, ampliamente reconocida por su diligencia en lo escritural pero que no refleja a raíz de lo expuesto y en varias dimensiones el latir apasionado, sencillo, humilde e integrador de sus primeros seguidores y del propio fundador?
*Estudiante de magister en teología mención pensamiento evangélico latinoamericano, en el Instituto Bíblico de Buenos Aires (IBBA), perteneciente a la iglesia Alianza Cristiana y Misionera. Reside en Temuco, Chile.
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Bibliografía
Horton Stanley M. Teología Sistemática; Una perspectiva pentecostal. Editorial Vida. Miami, 1996.
Palomino Miguel A. Alberto Benjamín Simpson. La alianza cristiana y misionera. http://www.iglesia-latina.de/downloads/ACyM.pdf
Simpson, Alberto B. Todo el Evangelio. El Evangelio Cuádruple. Harrisburg: Camp Hill, PA: Christian
Publicaciones, Inc. 1979.
Simpson, A.B. et al. Todo el Evangelio. Una nueva versión de la clásica obra sobre la provisión de
Cristo para cada creyente: Espíritu, alma y cuerpo. 1° Edición. Editorial Alianza. Buenos Aires, 2013.
Simpson, Alberto B. El Poder de lo Alto; El Bautismo del Espíritu Santo. Editorial Alianza. Temuco, 1958.
Simpson, Alberto B. Los hechos de los Apóstoles. La dispensación del espíritu y el poder pentecostal. Editorial Alianza Argentina. Bs. Aires, 1952.
Simpson, Alberto B. Cuando vino el consolador. Bautizados con fuego, El aliento de Dios y el Sello
del Espíritu Santo. Editorial Clie. Barcelona, 1986.
Simpson, Alberto B. La Iglesia Apostólica. Los Dones Espirituales. Editorial Alianza. Temuco, 1942.