Pentecostales, ¿arminianos o reformados?

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Por Luis Aránguiz

Hace unos días, se dio una polémica relativamente anecdótica por su origen pero que es sin duda un síntoma de una cuestión de mayor alcance. Un pastor de la Iglesia Evangélica Pentecostal publicó un artículo en la revista oficial mensual de la Iglesia, el Fuego de Pentecostés, en el que advertía de los engaños doctrinales que asedian a la iglesia. Aunque en un principio general, el artículo avanza hasta transparentar a qué doctrinas se refiere. No fue la negación de la deidad de Jesucristo, no fue objetar la Trinidad, no fue negar la eficacia de la obra del Espíritu Santo, solo por dar ejemplos de temas que son elementales para todo cristiano. Fue lo siguiente: “hoy día en nuestras congregaciones también se levantan falsos maestros que niegan la eficacia de la obra de la cruz, simplificando esta verdad inalterable y aun argumentando que la salvación no se pierde, enseñando doctrinas herejes y contrarias a la verdad revelada”. En otros tiempos, algo así habría pasado sin mayor respuesta. Sin embargo, así como el pastor denuncia algo que efectivamente lleva difundiéndose hace un tiempo en su denominación, también ocurre que quienes profesan esa creencia hoy cuentan con mayores medios para conversarla, como las redes sociales. Es así que un núcleo de laicos organizados emitió un comunicado en redes cuestionando la afirmación citada. El tema en cuestión, está de cajón, es la creencia en la seguridad de la salvación.

El caso es ejemplar porque no pertenece solo a la iglesia antes mencionada. Por el contrario, cada día se hace más frecuente saber de fieles pentecostales que profesan la seguridad de la salvación, e incluso de congregaciones que pertenecen a denominaciones pentecostales que se orientan más por esa línea que por la que sostiene que la salvación se pierde. Valga precisar de inmediato que cuando se dice “pentecostal de orientación reformada” o cualquier expresión similar, el campo en el que ese adjetivo aplica es principalmente en el de la soteriología, esto es, la doctrina de la salvación, y no necesariamente en otros campos. Por ello, quienes creen que la salvación se pierde son identificados usualmente como “arminianos” y quienes creen que no se pierde son “reformados” o a veces también “calvinistas”.

El modo en que se ha lidiado con esto ha sido diverso, pero tampoco hay que dramatizar la animadversión que producen los que enseñan que la salvación no se pierde. Después de todo, los pentecostales hasta donde se sabe, desde que existen han predicado que se puede perder, y esto es plenamente admisible por la sencilla razón histórica de que su raíz principal, al menos en Chile, es el metodismo wesleyano que es, a su vez, arminiano, como el propio Wesley lo era. Luego comentaremos algo de sus impresiones sobre esto. Mas en general, calvinismo se ha vuelto una suerte de fantasma al que hay que conjurar de las congregaciones, aunque poco se entienda a veces lo que eso significa.

Pues bien, hay al menos cuatro puntos (para no decir cinco) de interés que este caso permite tocar, y quisiera desarrollarlos sucintamente, para abrir una discusión que me parece hace falta en las filas pentecostales. Al final del texto comparto algunas referencias de libros que pueden encontrarse a la venta en librerías evangélicas chilenas o en librerías online para orientar el asunto.

Quisiera comenzar por el punto más explícito: el problema de acusar de herejía al que piensa distinto en un tema teológico. No es desconocido para nadie que ese término se ha usado antes, pero hay que aclarar que su uso es restringido. En la tradición cristiana, se reserva principalmente para quienes tienen una postura en oposición a la ortodoxia elaborada en los primeros siglos del cristianismo y que trata fundamentalmente sobre materias trinitarias y cristológicas. En el caso del tratamiento en cuestiones teológicas secundarias, no es un término habitual, salvo que se lo quiera utilizar de manera mañosa.

El segundo punto dice relación con la realidad teológica misma de una diferencia entre dos grupos, a saber, los arminianos y los reformados. La historia de esta disputa es antigua, se remonta unos siglos atrás y está llena de complejidades que no pretendo introducir aquí. Hay quienes sostienen que son posturas inevitablemente opuestas, otros que sostienen que el arminianismo pese a sus diferencias, puede considerarse una postura dentro de la familia reformada, entre cuanto más. La razón de esta complejidad reside en que Jacobo Arminio pertenecía al ambiente reformado, o calvinista si se quiere. Por lo tanto, su discusión necesariamente iba a darse ahí y no en otro lugar ni contexto teológico. El hecho es el siguiente: no se va a comprender con claridad la diferencia de posturas si no se va directamente a las fuentes originales. Las referencias de manual teológico de cualquier tipo, pueden ayudar pero no pueden brindar una visión amplia del asunto. Lo mínimo son libros especializados sobre la materia e, idealmente, los textos mismos de Arminio y otros documentos.

El tercer aspecto de este tema es el cómo se está lidiando con él en el mundo pentecostal. Se considere o no una herejía, la noción de que la “salvación no se pierde” ha tenido muy mala prensa y pocos se esfuerzan por entenderla seriamente. El mono de paja más habitual es que debido a esa creencia, un cristiano puede hacer literalmente lo que quiera en su vida porque su salvación esta asegurada. Nada más lejos del concepto original que esto. Cualquier documento confesional reformado mostrará lo equivocado que eso es. Ahora bien, una segunda apelación es la que sostiene que los pentecostales creen que se pierde porque así lo aprendieron de su raíz metodista wesleyana y desde ahí reafirman la postura que heredaron. El problema con este punto es que desconoce un elemento fundamental del metodismo: y es que el metodismo no es por naturaleza un movimiento “teológico” en el sentido de que haya buscado asegurar una posición en una disputa teológica. Se trata de un movimiento que, en rasgos generales, buscó reafirmar una búsqueda más profunda de comunión con Dios. Aunque con otro énfasis, el movimiento pentecostal que vino con posterioridad cumple el mismo rasgo. ¿Por qué es importante indicar este hecho? Porque en el metodismo, por su propia naturaleza, la definición wesleyana arminiana de la salvación, si bien fue la predominante por su expansión, no fue la única. En el metodismo también se generó una tendencia conocida como “metodismo calvinista”, uno de cuyos más importantes representantes fue George Whitefield y que tuvo fuerte expresión en Gales, Reino Unido. O sea, hubo metodistas que observaron que se podía ser reformado en la comprensión de la salvación, y no arminiano como ocurría con la tendencia wesleyana, y siguieron siendo tan metodistas como ellos. En el mundo pentecostal, si bien no ha ocurrido de manera mayoritaria y visible, un caso destacado es el de la Iglesia Cristiana Nueva Vida, denominación brasileña que se declara a sí misma como “pentecostal reformada”, tal como existieron antes los “metodistas calvinistas”. ¿Por qué? Porque por la propia naturaleza del pentecostalismo, tal como el metodismo, estas son materias en las que no hay exclusión por principio.

El cuarto punto es la necesidad de desarrollar una política institucional y pastoral para su tratamiento. Es un hecho que hay laicos y pastores dentro de denominaciones pentecostales que no piensan respecto a este tema como la línea oficial o mayoritaria. Queda fuera el acusarlos de herejes. Queda fuera el juicio a su postura desde el desconocimiento. Queda fuera la idea de que hay una exclusión necesaria entre ser pentecostal y adherir a una visión reformada de la salvación. Si en acto de seria preocupación queda fuera todo esto, ¿cómo abordarlo? Esto requiere de varios esfuerzos. El primero es institucional, en la medida que cuando se indaga en las doctrinas de las denominaciones pentecostales, es muy poco lo que se conocen dentro de ellas mismas sus propios artículos de fe. A lo más, predomina la idea de que eso es lo que enseña la iglesia sencillamente por tradición oral. Y aun si se los conoce, luego se puede caer en la cuenta de que no todas las denominaciones tocan el tema de la salvación en ellos, lo cual significa que no está definido institucionalmente. A esto hay que agregar el hecho de que tampoco ha habido un desarrollo teológico sustancioso desde dentro del propio mundo pentecostal chileno que permita abordar este tema no solo a un nivel personal, sino que elevarlo a una discusión sobre posiciones institucionales. ¿Cómo defender una posición de la que ni siquiera se tiene claridad y tratamiento serio? El segundo es que se requiere un tratamiento pastoral del asunto, porque la convicción sobre la seguridad de la salvación en ambientes pentecostales no siempre va a ser fruto de alguna moda difundida por redes sociales (por más que ocurra así a veces), sino que puede tratarse de una convicción muy profunda a la que el creyente ha llegado luego de estudiar el tema y que, por eso mismo, llega a considerarla esencial –y con razón- para el desarrollo de su vida y espiritualidad cristiana. Si la materia no está definida institucionalmente, o si lo está pero se encuentra en un nivel de desconocimiento general, ¿cómo se van a abordar las situaciones cotidianas sobre esto en las congregaciones?

Que existan pentecostales que entienden la doctrina de la salvación desde un punto de vista reformado es una excepción en el ambiente chileno, pero no es una anomalía teológica que deba ser perseguida o tratada de herética. Más bien, lo que exige es un trabajo de discusión serio a la luz de las Escrituras, la historia y la propia tradición de las iglesias pentecostales. No se trata de una contradicción, puede haber pentecostales arminianos y pentecostales calvinistas en esta materia, tal como ocurrió con el metodismo.

El espíritu de Juan Wesley sobre este tema es admonitorio para la realidad presente. Metodista de metodistas, declarado arminiano, convencido de que la salvación se puede perder, dijo: “Juan Calvino fue un hombre piadoso, erudito y sensato; y también Jacobo Arminio. Muchos calvinistas son hombres piadosos, eruditos y sensatos; como también lo son muchos arminianos. Sólo que los primeros mantienen la predestinación absoluta; y los segundos, la condicional”. Acto seguido, invitó al mas alto de los respetos a ambos grupos preguntando retóricamente a todo predicador arminiano y calvinista “¿no es el deber de todo predicador nunca, en público o en privado, usar la palabra [arminiano/calvinista] como un término de reproche; notando que no es ni mejor ni peor que insultar?” y agregando “¿no es su deber hacer todo lo que está a su alcance para evitar que sus oyentes lo hagan, mostrándoles el pecado y la locura de ello?”. En el mismo artículo recién citado, Wesley se esforzó por clarificar qué significa cada cosa, para evitar confusiones y sentar las bases de un respeto mutuo en la diferencia. Este ánimo es el que se necesita como punto de partida.

Quinto punto. Algunos libros recomendados.

Jacobo Arminio. Declaración de sentimientos, y disputas públicas. Editorial Teología para vivir.

Louis Berkhof. Teología sistemática. Editorial Desafío. Destaca por ofrecer una perspectiva calvinista sobre una variedad de temas, incluido el que comentamos.

César Moisés Carvalho. Pentecostalismo y posmodernidad. Editorial Patmos. 

Bernard Coster. Unidad y diversidad en la Historia de la Iglesia. Editorial Andamio.

Donald Dayton. Raíces teológicas del pentecostalismo. Editorial Desafío.

Martyn Lloyd-Jones. Los puritanos. Editorial El Estandarte de la Verdad. Aquí destacan los capítulos sobre metodismo calvinista, correspondientes a las conferencias de 1964, 1968 y 1973.

Roger Olson. Teología arminiana. Editorial Patmos.

Varios Autores. La seguridad de la salvación. Cuatro puntos de vista. Editorial CLIE.  

Varios autores. Rostros del calvinismo en América Latina. Mediador Ediciones y Primera Ediciones. Aquí destaca el capítulo “Pentecostales reformados” de John McAlister.

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