Por Edmund J. Rybarczyk*
Hostilidad mutua
Pentecostalismo y Ortodoxia Oriental son dramáticamente diferentes en muchos aspectos (cultura, eclesiología, estilos de adoración y estrategias misionológicas, por nombrar unos pocos) y típicamente saben poco el uno sobre el otro. Los pentecostales estadounidenses tienden a ver a la Iglesia Ortodoxa como la hermana gemela de la Iglesia Católica Romana; la Ortodoxia quizá aún contenga un residuo de la verdad cristiana, pero que está muy atascado en la cultura antigua, muy atrapado en íconos y en una forma de adoración litúrgica estática que no tiene ningún resultado en la persona moderna. Peor, los pentecostales han descartado por completo la idea de que las personas que viven en Rusia, aparte de la influencia de los misioneros occidentales, podrían ser siquiera cristianos. Predispuestos por su propia hermenéutica escatológica (Rusia es la gran nación anticristiana, el “Gog y Magog” de Ezequiel 38-39 y Apocalipsis 16:12), e igualmente predispuestos por la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia (la xenofobia juega un rol no menor en muchos esquemas escatológicos), los pentecostales tienden a ver a los rusos como paganos impíos, como si el país entero hubiese aceptado el ateísmo del socialismo marxista en su totalidad.
A la inversa, los ortodoxos, si es que saben algo sobre los pentecostales, los engloban con los evangélicos e incluso con las religiones no cristianas. Los pentecostales podrían comunicar una semblanza de la presencia de Cristo, pero por la carencia del sacerdocio apostólico de Cristo y “la plenitud de la ortodoxia”, como los ortodoxos gustan afirmar, son relegados a un emocionalismo superficial que nunca puede producir un cambio duradero.
Ambos grupos han sido tradicionalmente muy parroquiales en su renuencia a reconocer a Cristo en otros que claman ser cristianos pero que no son ortodoxos o pentecostales, según sea el caso. Debemos ser justos. Tanto ortodoxos como pentecostales son impelidos por sus convicciones de la verdad cristiana, y no es correcto sacrificar la verdad cristiana por el bien de una comunión espuria. Todo no es relativo. Cristo es el único medio de salvación. Sin embargo, una examinación histórica de estas iglesias corrobora que ambas han permitido a la raza, la cultura, el nacionalismo, la miopía histórica y a la tradición oscurecer un reconocimiento de Cristo en los otros.
Características en común
Sentimientos antagónicos aparte, hay varias características que ortodoxos y pentecostales comparten. Obviamente, ambos no son católico romanos; y tampoco responden al Papa en Roma. Segundo, ambas tradiciones permiten e impulsan a los sacerdotes/ministros locales a casarse y tener hijos. Además, ambas sostienen resueltamente que el conocimiento de Dios recibido a través de su hijo Jesucristo está en ningún modo limitado al dominio intelectual de la existencia humana, sino que la persona humana puede sentir, percibir y oír a Dios en formas viscerales y profundas. Ser cristiano es mucho más que tener la propia cuenta legal limpia en el cielo. El campo experiencial –específicamente definido como la esfera mística en tanto que incorpora elementos inefables y misteriosos- es afirmado por las dos tradiciones. Y ninguno de ambos grupos ha estado tradicionalmente preocupado de cargar acusaciones al misticismo. En efecto, es claro que ambos han florecido debido a –y no a pesar de- su carácter místico.
La religión experiencial de Wesley como puente
En décadas recientes, los académicos han estado intrigados con la conexión histórica entre –y las similitudes teológicas compartidas por- algunos de los padres ortodoxos de la patrística y el ministro anglicano-metodista, John Wesley (1703-1791). Wesley es importante para entender los antecedentes históricos del pentecostalismo pues este último se construyó sobre sus fundamentos experienciales. Como un cedazo, Wesley filtró la teología patrística griega, de modo que parte del empuje ortodoxo experiencial fue reavivado y reintroducido en el cristianismo del siglo XVIII. Wesley estudió a varios padres ortodoxos orientales e incluso prefirió leerlos a ellos antes que a los padres occidentales. Muy claramente, tomó prestado de los primeros padres griegos para desarrollar su propia comprensión antropológica y su consiguiente doctrina de la santificación orientada experiencialmente, algo que describió como “perfección”. Ambos, los pentecostales y Wesley están profundamente preoocupados de lo que ocurre en el cristiano y no solo de lo que ocurre para el cristiano; en esta consideración la ortodoxia brilla al interior de Wesley y del pentecostalismo. Los pentecostales, como los ortodoxos y Wesley, instan a una comunión divino-humana que se extiende más allá del momento de conversión.
Para ambos grupos el cristianismo está –de hecho la vida está- compuesto de experiencia. Esto es verdad para los dos no solo porque concierne al vivir cristiano sino porque concierne a la teología de ambos. Tampoco la tradición está muy interesada en hacer teología por el bien del mero ejercicio intelectual. Tampoco hace automáticamente santos o héroes de sus más brillantes pensadores, y tampoco tiene mucho espacio para aquellos que buscan reducir el cristianismo al campo de lo abstracto. Ser cristiano, como ambos lo expresan, es vivir por y en Cristo. Cómo uno explique la vida, o más crudamente, si uno se molesta en explicar esa vida, es siempre secundario para la vida cristiana en sí misma.
Más terreno común
Al igual que los ortodoxos, los pentecostales no están a gusto con relegar su fe al campo intelectual. La mente es importante, pero las afecciones, el núcleo existencial de uno, es crítico también. En consecuencia, ambas tradiciones manifiestan un carácter antiintelectual y se distinguen por una carencia de interés en la sistematización en lo que concierne a teología.
Ambas, también, se perciben a sí mismas como las grandes defensoras de la pneumatología. Los pentecostales, a la luz de su propia espiritualidad experiencial, creen que están reintroduciendo y refamiliarizando a la iglesia universal con el Espíritu Santo. Los ortodoxos, de modo similar, creen que son los verdaderos pneumatólogos, especialmente a la luz de su histórico rechazo a la adición del Filioque de la iglesia occidental al Credo Niceno (que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo).
Las dos, además, mantienen puntos de vista congruentes en cuanto a antropología. Los ortodoxos no creen que la caída causara que los humanos dejasen de ser lo que Dios los creó para ser. Es solo que dejaron de ser todo lo que inicialmente Dios los creó para ser. Vladimir Lossky dijo que en la caída “el hombre encerró al interior de sí mismo las fuentes de la gracia divina”. Para la ortodoxia, la caída no erradicó los manantiales de gracia; en su lugar, estos se corrompieron, pervirtieron y fracturaron.
Junto con el hecho de que la Escritura identifica la imagen de Dios con humanos caídos (Génesis 9:6; I Corintios 11:7; Colosenses 3:10; Juan 3:9), los pentecostales siguen a Jacobo Arminio y no creen que la imago dei (la imagen de Dios) fuese destruida por la caída. Que la Escritura describe a los humanos post-caída como seres creados a la imagen de Dios, que incluso las personas malas y odiables aun hacen el bien y aman cosas, y que las personas aún interactúan con sus consciencias dadas por Dios, todas estas cosas testifican el hecho de que la imagen de Dios no fue destruida. Los humanos no son totalmente depravados (de nuevo, ellos pueden hacer el bien y aun cuando son caídos, reflejan algo de Dios mismo), pero son depravados. El pecado original es una desventaja espiritual y moral, “una tendencia al pecado”, como Myer Pearlman dijo, lo que hace del pecado algo muy natural –y de hecho inevitable- para toda persona.
Los ortodoxos, especialmente los rusos, hablan frecuentemente de la kenosis (el auto-vaciamiento de Jesús, Filipenses 2:5-11) en su espiritualidad. Los pentecostales no usan esa palabra precisa, pero algunas de sus discusiones se asemejan marcadamente al tono kenótico ortodoxo. Ya escribiendo en 1903, Mary Lowe Dickinson notó que es normal para los cristianos indignarse con incidentes de injusticia personal, “condena inmerecida, abuso inmerecido, mala concepción de motivaciones, [y] llamar a nuestro bien, mal”. En efecto, ella sostenía que estos incidentes de ofensa personal son la regla en la vida, no la excepción. La respuesta auténticamente cristiana a estas cosas, ella instruía, es ceder a ellas. Una rendición como esa no es para hacerse en un sentido autocomplaciente, y tampoco se debiese llamar la atención sobre la propia respuesta humilde. Más aun, el cristiano no tiene que gastar tiempo dando explicaciones o reivindicándose.
Al interior de sus propios contextos históricos, estas dos tradiciones enfatizan un encuentro personal con Dios. No consideran las manifestaciones místicas-existenciales embarazosas, sino que las ven como normales y necesarias. En efecto, como ellas dos lo expresan, permitir al Espíritu de Cristo transformar las profundidades del ser de uno necesitará misteriosas y casi inexpresables experiencias. Cada una presenta el misterio en formas que atraen a los seres humanos a Cristo: los ortodoxos a través de la estética, los pentecostales a través de lo kinestésico. Ambos enfatizan que la persona humana fue creada para una transformación de la comunión con Dios.
*Dr. en Historia de la Teología. Profesor de teología sistemática en la Vanguard University. Ministro ordenado de las Asambleas de Dios, California.
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Originalmente publicado en East-West Church & Ministry Report 12 (Winter 2004), 4-5. Traducción de Luis Aránguiz Kahn.
Del original: «extracto editado y reimpreso con permiso de Edmund J. Rybarczyk, “Beyond Salvation: An Analysis of the Doctrine of Christian Transformation Comparing Eastern Orthodoxy with Classical Pentecostalism,” Ph.D. dissertation, Fuller Theological Seminary, 1999.»