¿Predicamos a Cristo? – Por Diego Muñoz

Por Diego Muñoz Neculman

Son muchas las razones por las cuales un cristiano entiende que la verdad del evangelio es digna de ser compartida, como por ejemplo: la experiencia espiritual del nuevo nacimiento, atestiguar una sanidad, o el buen deseo de mostrar lo bueno que ha sido Dios a través de nuestras vivencias.

No obstante, esto no es más que una buena intención mal ejecutada. En la predicación, comúnmente se suele expresar nuestro anhelo por mostrarle al oyente los beneficios de ser hijos de Dios, presentando un abanico de oportunidades, con la esperanza de que el oyente sea persuadido en su entendimiento, y con esto “busque a Dios». Es innegable la diferencia que hay entre el mensaje de los apóstoles a lo que hoy llamamos “buenas nuevas”, pues se torna común escuchar invitaciones como “venga al Señor y él le ayudará…” marcando un notorio cambio al mensaje original, como por ejemplo, el primer discurso de Pedro en la fiesta de pentecostés:

“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.”

Hechos 2:22-24.


Parte de los motivos que empujaron a desviar el mensaje original, hacia lo que hoy se escucha predicar, tiene que ver con el contexto social en el tiempo en que se comenzó a predicar el evangelio en nuestro país, donde existieron testimonios reales de hermanos muy marcados por la pobreza, quienes efectivamente fueron ayudados por Dios, lo que dio por resultado que las generaciones siguientes, asumieran un mensaje diferente a su contexto, y a la escritura.

Con pleno conocimiento de lo importante que es un nuevo miembro en las filas del evangelio, es imprescindible destacar que, no son las razones demostradas en nuestras vivencias con el Señor las que harán volver al perdido de su mal camino. Más bien, es la única y suficiente razón del Cristo crucificado la que puede convertir el corazón de piedra en uno de carne. Tratar a toda costa de convencer al no creyente, resaltando los beneficios que Dios añade, no es más que una idea ingenua que inconscientemente desplaza al Espíritu Santo de su santa labor. Sin duda alguna el evangelio es cambio de vida y trae consigo dignidad para el perdido, sin embargo no son nuestros motivos los que traerán convencimiento real de pecado al inconverso, junto con el deseo de ser perdonado. La profundidad del alma, que es donde se esconde toda la esencia pecaminosa y torcida del ser humano, no puede ser quebrantada, transformada y salvada por otra razón mayor a la de Cristo en la Cruz, porque razón más potente que ésta no existe. ¡Es la Cruz del Señor Jesucristo el centro de la fe! y es lo único que puede poner en equilibrio nuestras experiencias, tanto espirituales como materiales.

Es nuestro Señor, quien aún siendo igual a Dios, por su gloriosa voluntad, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y podemos observar en la escritura que el Rey de Reyes jamás rogó ni rogaría por aceptación. Es su muerte la que impacta con certeza la vida del perdido, haciéndolo ver por primera vez, que necesita con urgencia de un Salvador. Y tal es el impacto del mensaje de la Cruz, que será ésta la única razón que conducirá al cristiano hasta el bendito momento donde pueda contemplar directamente al que en esa misma Cruz pagó por sus pecados.

“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así judíos como griegos , Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.”

1 Corintios 1:23-24

Hermano de la Iglesia Evangélica Pentecostal.

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