Por Luis Aránguiz Kahn*
Probablemente a fines del año 379 o del año 380, un viejo cristiano llamado Gregorio Nacianceno o Gregorio de Nacianzo, predicó una homilía sobre la natividad. El carácter de dicho sermón no fue casual, lógicamente porque se preparó para la festividad que le da nombre, pero sobre todo porque fue escrito en un contexto de particular tensión en la historia de la Iglesia, en el cual estaba en cuestión nada menos que la naturaleza misma de Cristo. De modo que, aunque su tiempo poco tiene que ver con el nuestro, no puede desconocerse su aporte imperecedero a la comprensión de aquello que celebra la fiesta llamada navidad: el nacimiento de Cristo, o natividad. Él se confesaba cristiano, tal como lo hacemos nosotros. Pero, ¿qué implicaba eso en el contexto de navidad?
Sobre nuestras navidades
Es diciembre y las tiendas comerciales están cuidadosamente engalanadas con pinos, coronas y todo tipo de adornos, al mismo tiempo que se atestan de consumidores. Es diciembre y, en vista que se acerca navidad, hay quienes se motivan por hacer de la noche buena una buena noche para personas en situación de vulnerabilidad. No resulta complicado describir, en líneas generales, lo que la navidad es hoy en nuestra sociedad. Una ocasión para la compra compulsiva, un desborde de materialismo en el que se piensa que la festividad consiste prácticamente en el intercambio de regalos. Por otra parte, una ocasión que, por cierta comprensión de su dimensión simbólica, invita a realizar obras asistenciales en favor de personas en situaciones difíciles. Dejando de lado aquellos para quienes la festividad no es más que un par de días libres, es evidente que aun cuando una de las dos formas de entender esta festividad sea más provechosa que la otra, ambas adolecen del sentido cristiano de la navidad. O para ponerlo en otros términos: Hay navidad cristiana y navidad no cristiana.
Puede parecer desconcertante que se diga “sentido cristiano de la navidad”, porque en principio se asume que la navidad es esencialmente cristiana. Lo cierto es que es entendible que tal cosa se diga de la sociedad en general, porque sus miembros no cristianos evidentemente pueden buscar modos diversos de resolver el significado de la festividad. No obstante, la situación es distinta cuando se habla de los propios cristianos. Porque, de hecho, es diciembre y las congregaciones empiezan a organizar la obra teatral más esperada del año, se organizan cenas de todo tipo, se colocan pesebres en casas y templos. Y, sin embargo, esto no significa que se esté celebrando navidad cristianamente.
El distintivo de la fiesta no está meramente en lo que se hace o lo que no se hace. Porque, de hecho, se puede ser cristiano y celebrar la navidad como consumista, del mismo modo que se puede no ser cristianos y consumista y, con todo, no comprender la significancia de la festividad.
Sobre la navidad cristiana
¿Qué es la navidad cristiana? Gregorio Nacianceno escribía en una época en que los cristianos habían alcanzado aceptación en el Imperio Romano. Pero, al mismo tiempo, la iglesia enfrentaba internamente una de las disputas teológicas más importantes de la historia del cristianismo: la lucha entre quienes afirmaban la trinidad de Dios, y quienes no lo hacían. Entre quienes afirmaban que Cristo era Dios, y quienes sostenían que su naturaleza era inferior a la de Dios Padre. En un contexto así, predicar sobre la navidad iba necesariamente a ser una declaración teológica sustantiva. Y la argumentación del Nacianceno no podía ser menos que un robusto posicionamiento a favor de la deidad de Cristo.
El de Nacianzo inicia su homilía proclamando dos características de Cristo: su eternidad y su encarnación. Cristo no es un ser creado, es el verbo de Dios que habita en comunión trinitaria desde la eternidad. Cristo tampoco es un una forma de Dios, es el verbo de Dios que se hizo carne. Así, niega el arrianismo por considerar éste que Cristo es un ser creado e inferior al Padre, y niega al modalismo por pensar que Cristo es una forma de Dios Padre.
Bajo cualquiera de los dos paradigmas a los que nuestro autor se opuso, la natividad no tiene gran importancia. Para unos, sería el nacimiento de un ser creado más; para otros, el nacimiento de un modo en que Dios se ha expresado. Lo que hace de la navidad una fiesta tan importante, es que se proclama algo que estas dos comprensiones no estaban dispuestas a asumir: que una de las personas que componía la trinidad, eterna, infinita e impasible, podía hacerse carne.
La homilía inquiere en el misterio de la encarnación con un agudo sentido poético. Se dice que “quien era celeste se hizo terreno” (p. 45), que “la tiniebla se disuelve, de nuevo se anuncia la luz” (ídem), que “el pueblo [Israel] que permanece en la oscuridad de la ignorancia, vea la gran luz del conocimiento” (ídem), que “la letra cede, el espíritu es superior” (ídem) y que “las sombras declinan, amanece la verdad” (ídem). Todas estas bellas metáforas conducen a una sola conclusión: que Cristo es la revelación suprema. Que está sobre la ley, aquella maldición y ayo de Pablo. Que es la luz, esa que ilumina al mundo, tal como dijo Jesús de sí. Cristo es el cielo en la tierra, ese Reino de Dios que está entre nosotros como se dice en Lucas. Es la verdad que conduce al Padre. Es el conocimiento que también le hacía falta a los judíos que habían creído en él, como bien se dice en Juan.
En esta festividad, “Dios se mostró a los hombres” (p. 46). El incognoscible, que estaba oculto de los hombres, se hizo cercano. Por eso dice el de Nacianzo que “esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios o, más propiamente, para que volvamos a Él” (p. 47). De este modo, la navidad es una invitación de Dios a volver a que nos acerquemos a él. En ella no se habla ya más de la enfermedad que nos vino en Edén, el pecado, sino de su curación; no se habla tanto de la creación caída, sino de su restauración por medio de la obra de Cristo. Pero dejemos que lo diga con sus palabras:
“Siendo Dios se presentó con una naturaleza humana, un solo ser formado de dos naturalezas contrarias, carne y espíritu, de las que una era divina y la otra estaba divinizada. ¡Oh, inaudita mezcla! ¡Oh, extraña unión! El que es, nace; se ha creado quien no lo es; el infinito se hace extenso merced al alma racional que hace de mediadora entre la divinidad y la gravedad de la carne. El que enriquece mendiga. Se empobrece tomando mi carne para que yo me enriquezca con su naturaleza divina” (p. 59).
Expresiones como estas difícilmente han sido superadas en la historia del cristianismo por otras mejores. Gregorio Nacianceno exaltado, impresionado, experimenta una contradicción que, sin embargo, no es desconocida. ¿Qué era eso? ¿Una paganización del judaísmo? ¿Una judaización del paganismo? ¿Un misterio sublime? Todos quienes mediten seriamente en el significado de la encarnación del verbo de Dios, hallarán en ella un misterio incomprensible, insondable. Esto es natividad: una revelación que se presenta abierta a ser respondida, y a la cual los cristianos han contestado con su fe.
Sobre el nacianceno y nosotros
Nuestras navidades no son necesariamente cristianas. Y aunque son bastante distintas a las que podía haber en el tiempo de Gregorio, en el suyo también había navidades no cristianas. Después de todo, ¿cómo habían de celebrar la fiesta aquellos cuya cristología no reconocía el elemento más profundo de fórmulas tan decisivas como las juaninas (Juan 1:1-14)?
Así que, tenemos eso en común. Pero hay más. Gregorio contraponía la celebración de la natividad con las fiestas griegas. Estas últimas eran ocasión para vanidades, orgías, lujos, glotonería, borracheras y, en fin, todo tipo de vicios. Al mismo tiempo, tenían por contraste que todo ello ocurría “mientras otros, formados del mismo barro nuestro y con nuestra misma composición, pasan hambre y fatiga a causa de su pobreza” (p. 48). Para Gregorio, la navidad cristiana se contraponía a las festividades paganas ciertamente por su significado, pero también porque dicha significación era honrada con sencillez, meditación y gozo en la palabra divina. De modo que, quien pretende celebrar navidad con sentido cristiano pero no honra su significado con una sobria devoción, no la celebra en absoluto.
La vanidad de la fiesta pagana a la cual Gregorio criticó, también puede compararse con la vanidad de la navidad consumista. ¿Cuánto lujo, gasto y vicios varios se exhiben, en ocasiones, incluso entre cristianos? ¿Cómo aquello podría honrar las sublimes expresiones del nacianceno cuando sostiene que Cristo es el cielo en la tierra, la luz en las tinieblas, el conocimiento contra la ignorancia, el espíritu sobre la letra de la ley, la verdad sobre las sombras?
Al parecer, tanto en su tiempo como en el nuestro, hizo falta una mayor preocupación por inquirir en lo que se celebra en navidad. No solo se debe evitar el consumismo devorador, ni tampoco conformarse únicamente con las tareas asistenciales que inspira la ocasión. Es necesario dar un paso más, un paso cristiano. Meditar en aquel misterio tan bellamente expresado por este padre capadocio, para quien “Dios es inabarcable y difícil su contemplación. Únicamente podemos percibir su infinitud” (p. 51). No sea otra cosa, sino esa eternidad encarnada que es Cristo, lo que inspire nuestra navidad.
Nacianceno, Gregorio. (1992). Homilías sobre la natividad. Madrid: Ciudad Nueva.
*Editor de PP.