Por John Wesley
1. Decir: «Este hombre es un arminiano», en muchos oyentes tiene el mismo efecto que decir: «Es un perro rabioso». Los asusta de inmediato: huyen de él con toda rapidez y diligencia; y difícilmente se detendrán, a menos que sea para arrojar una piedra al temible y travieso animal.
2. Cuanto más inentendible es la palabra, mejor sirve a ese propósito. Aquellos marcados con ella no saben qué hacer: al no entender lo que significa, no tienen cómo defenderse o cómo librarse de la acusación. Y no es fácil quitarse el prejuicio con que se han imbuido otros, que nada saben sobre eso, excepto que es “algo muy malo”, si no acaso que “¡todo malo!”
3. Por lo tanto, aclarar el significado de este término ambiguo puede ser útil para muchos: para aquellos que atribuyen tan libremente este nombre a otros, para que no hablen de lo que no entienden; para los que los oigan, a fin de que ya no sean más maltratados por gente que dice no se sabe qué; y para aquellos marcados con ese nombre, para que sepan responder por sí mismos.
4. Primero, puede ser necesario observar que muchos confunden a los arminianos con los arrianos. Pero esto es algo completamente diferente; el uno no tiene semejanza con el otro. Un arriano es aquel que niega la Deidad de Cristo; apenas necesitamos decir, la suprema y eterna Divinidad; porque no puede haber Dios sino el Dios supremo, eterno, a menos que hagamos dos Dioses, un Dios grande y un Dios pequeño. Ahora, nadie ha creído más firmemente, o afirmado con más fuerza, la Deidad de Cristo, como muchos de los (así llamados) arminianos han hecho; sí, y hasta este día. Por lo tanto, el arminianismo (sea lo que sea) es totalmente diferente del arrianismo.
5. El surgimiento de la palabra fue este: Jacobo Arminio, en latín, Jacobes Arminius, fue primero uno de los Ministros de Amsterdam, y luego Profesor de Divinidad en Leyden. Fue educado en Ginebra; pero en el año 1591 empezó a dudar de los principios que hasta entonces había recibido. Y estando cada vez más convencido de que estaban equivocados, cuando fue investido con la cátedra, enseñó públicamente lo que creía que era la verdad, hasta que, en el año 1609, murió en paz. Pero algunos años después de su muerte, algunos hombres celosos con el Príncipe de Orange a la cabeza, asaltaron furiosamente a todos los que sostenían lo que se consideraban sus opiniones; y habiendo procurado que fueran solemnemente condenados en el famoso Sínodo de Dort (ni tan numeroso ni erudito, pero pleno e imparcial como el Concilio o Sínodo de Trento), algunos fueron condenados a muerte, algunos desterrados, algunos encarcelados de por vida, todos expulsados de sus empleos e incapacitados para desempeñar cualquier cargo, ya sea en la Iglesia o en el Estado.
6. Los errores que se le achacan a aquellos -generalmente llamados arminianos-, por parte de sus adversarios, son cinco: (1) Que niegan el pecado original; (2) Que niegan la justificación por la fe; (3) Que niegan la predestinación absoluta; (4) Que niegan que la gracia de Dios sea irresistible; y, (5) Que afirman que un creyente puede caer de la gracia.
Con respecto a los dos primeros cargos, se declaran inocentes. Son totalmente falsos. Ningún hombre que haya vivido jamás, ni el mismo Juan Calvino, jamás afirmó ni el pecado original, ni la justificación por la fe, en términos más fuertes, más claros y expresos que lo que lo ha hecho Arminio. Estos dos puntos, por lo tanto, deben quedar fuera de la cuestión: en esto ambas partes están de acuerdo. En este sentido, no hay ni diferencia mínima entre el Sr. Wesley y el Sr. Whitefield.
7. Pero hay una diferencia innegable entre calvinistas y arminianos con respecto a las otras tres cuestiones. Esta es la división: los primeros creen en la predestinación absoluta, los segundos sólo en la predestinación condicional. Los calvinistas sostienen que (1) Dios ha decretado absolutamente, desde toda la eternidad, salvar a tal o cual persona, y no a otras; y que Cristo murió por éstos, y por nadie más. Los arminianos sostienen que Dios ha decretado, desde toda la eternidad, tocante a todos los que tienen la palabra escrita, “El que creyere, será salvo; el que no creyere, será condenado” y que para esto, “Cristo murió por todos, todos los que estaban muertos en delitos y pecados;” es decir, por cada hijo de Adán, ya que “en Adán todos murieron”.
8. En segundo lugar, los calvinistas sostienen que la gracia salvadora de Dios es absolutamente irresistible; que ningún hombre es capaz de resistirlo así como no se puede resistir el golpe de un rayo. Los arminianos sostienen que, aunque puede haber algunos momentos en los que la gracia de Dios actúa irresistiblemente, sin embargo, en general, cualquier hombre puede resistir -y para su ruina eterna- la gracia por la cual era la voluntad de Dios que debía haber sido eternamente salvado.
9. En tercer lugar, los calvinistas sostienen que un verdadero creyente en Cristo no puede caer de la gracia. Los arminianos sostienen que un verdadero creyente puede “naufragar en la fe y en la buena conciencia”; y que puede caer no sólo vilmente, sino finalmente, hasta perecer para siempre.
10. En efecto, los dos últimos puntos, la gracia irresistible y la perseverancia infalible, son la consecuencia natural del primero, del decreto incondicional. Porque si Dios ha decretado salvar eterna y absolutamente a tales o cuales personas, se sigue que no pueden resistir su gracia salvadora (de lo contrario, podrían perder la salvación), y que finalmente no pueden caer de esa gracia a la que no pueden resistir. De modo que, en efecto, las tres preguntas se hacen una sola: “¿La predestinación es absoluta o condicional?” Los arminianos creen que es condicional; los calvinistas, que es absoluta.
11. ¡Fuera, pues, toda ambigüedad! ¡Fuera con todas las expresiones que sólo confunden la causa! Que los hombres honestos hablen y no jueguen con palabras duras que no entienden. ¿Y cómo puede alguien saber lo que sostuvo Arminio, si nunca ha leído una página de sus escritos? Que nadie grite contra los arminianos, hasta que sepa lo que significa el término; y entonces sabrá que los arminianos y los calvinistas están en el mismo nivel. Y los arminianos tienen tanto derecho a estar enojados con los calvinistas, como los calvinistas lo tienen a estar con los arminianos. Juan Calvino fue un hombre piadoso, erudito y sensato; y también Jacobo Arminio. Muchos calvinistas son hombres piadosos, eruditos y sensatos; como también lo son muchos arminianos. Sólo que los primeros mantienen la predestinación absoluta; y los segundos, la condicional.
12. Una palabra más: ¿No es el deber de todo predicador arminiano, primero, nunca, en público o en privado, usar la palabra calvinista como un término de reproche; notando que no es ni mejor ni peor que insultar? — una práctica que no más consistente con el buen sentido o los buenos modales que con el cristianismo. En segundo lugar ¿no es su deber hacer todo lo que está a su alcance para evitar que sus oyentes lo hagan, mostrándoles el pecado y la locura de ello? ¿Y no es igualmente el deber de todo predicador calvinista, primero, nunca en público o en privado, en la predicación o en la conversación, usar la palabra arminiano como un término de reproche? En segundo lugar ¿no es su deber hacer todo lo que está a su alcance para evitar que sus oyentes lo hagan, mostrándoles el pecado y la locura de ello? ¿Y esto con más fervor y diligencia, en el caso que hayan estado acostumbrados a hacerlo? ¡Quizás alentado ello con su propio ejemplo!
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Tomado y traducido de The Voice. De la edición from Beacon Hill’s 1979 reprint of the 1872 Thomas Jackson edition of The Works of John Wesley, Vol. X, 358-361.