Por Daniel Díaz Romero*
“Señor, mándanos otro avivamiento como aquel que nos diste; si fuese posible, sin los errores y las extravagancias que lo acompañaban; pero en todo caso danos el avivamiento.” Juan Wesley[1]
A raíz de los hechos acontecidos el lunes 18 de marzo en el colegio Jahvé Nisi de la comuna de Santa Juana, en el cual un grupo de aproximadamente 10 alumnos experimentaron “manifestaciones del Espíritu Santo”, tal como lo describió la sostenedora de dicho establecimiento, y el posterior revuelo que ha tenido a nivel nacional dicho acontecimiento, me he propuesto hacer una breve revisión del impacto que ha tenido en la sociedad la irrupción del movimiento pentecostal desde sus inicios, y cómo en más de una ocasión este impacto ha llegado a la prensa nacional, generando diferentes reacciones. Este documento no pretende entrar en la discusión teológica acerca de las “manifestaciones espirituales”, sino más bien demostrar como estas manifestaciones han acompañado a nuestro pentecostalismo criollo desde su fundación.
Tan temprano como en 1909, el diario “El Chileno” de Valparaíso, perteneciente al Arzobispado de Santiago, y dirigido a un público popular,[2] realizó una serie de reportajes diarios, entre los días 25 de septiembre y 3 de octubre, acerca de los acontecimientos que se estaban llevando a cabo en el templo Metodista Episcopal de calle Olivar,[3] con el claro propósito de desenmascarar al Reverendo Willis Hoover, e incluso si fuese posible, llevarlo a la cárcel. Tomando como referencia el caso de un charlatán de apellido Escobar, que había operado en Santiago algunos años antes, el primer reportaje se tituló “El nuevo Escobar, la obra de un embaucador o de un loco”.[4] En dichos artículos, un reportero perteneciente a “El Chileno”, se hizo pasar por un nuevo converso y asistió de manera frecuente a los cultos de la calle Olivar. En sus relatos, cargados de sorna, llegó a definir dichos cultos como: “Era aquello, algo más que una Babilonia, o un asilo de locos de la peor especie. En verdad, no le encontramos equivalente”.[5] Estos reportajes alcanzaron revuelo nacional, y decantaron finalmente en la salida del Reverendo Willis Hoover de la Iglesia Metodista Episcopal.
Luego del cuarto reportaje del diario “El Chileno”, el pastor presbiteriano Juan de Dios Leiton envió una carta desde Taltal, publicada el 7 de octubre del mismo año en “El Heraldo Evangélico”, con una abierta crítica al naciente movimiento pentecostal, dando cierto crédito a lo publicado por dicho diario: “´El Chileno´ es un diario pechoño, como usted sabe, y no tengo, por consiguiente, para qué decirle que hay mucho de mentira jocosa, pero mentira, en lo que relata. Pero ojalá fuera todo mentira. Por desgracia no es así, pues también hay mucho de verdad en esas líneas”[6]. Dicha carta, si bien contraria al movimiento, posiblemente presa de un juicio presuroso, fija un parámetro digno de aplicar al movimiento pentecostal, a la hora de mirarlo con la perspectiva que nos dan los años. Y sostiene: “Oremos porque Dios muestre su error a los hermanos del pretendido despertamiento actual y porque nos conceda un despertamiento lógico; si lo conseguimos del Señor, ya veremos como poco a poco la obra evangélica tomará cuerpo en Chile de una manera real y sólida. Y es natural, por cuanto la gente oirá en las predicaciones sólo enseñanzas y testimonios preciosos, que edificarán los caracteres de los ciudadanos para que adopten una vida santa, sosegada y útil a la familia y a la sociedad. Un despertamiento de esta clase y que produjera tales frutos, ¿quién podría decir que no esta confirmado por el Espíritu Santo? Ciertamente que nadie podría negarlo”. Esto es precisamente lo que el movimiento pentecostal chileno ha mostrado con creces a lo largo de los años (a pesar; si, digo muy bien, a pesar de los excesos): “ciudadanos que adoptan una vida santa, sosegada y útil”.
Pasados algunos años, nuevamente la atención de la prensa nacional se centró en el movimiento pentecostal. En esta ocasión la revista “Sucesos” publicó un pequeño reportaje titulado “¿Quiénes son los pentecostales?”,[7] centrado en esta ocasión, en la ya formada Iglesia Metodista Pentecostal de la calle Retamo. En dicho artículo, se destacaba que: “La autoridad sanitaria observó que los ritos de los Pentecostales excitaban el sistema nervioso de los asiduos al culto protestante: gritos desgarradores, espasmos, contorsiones, llantos clamorosos y manifestaciones epilépticas se desarrollaban en el templo pentecostal durante la celebración de los ritos que asisten menores de edad”. De esta manera, el foco del artículo se centró en esta ocasión en la salud de los menores de edad que participan de los cultos pentecostales, llegando incluso a afirmar un “conocido facultativo” que: “…es evidente el daño nervioso que reciben los niños; pero para ello está también el criterio de los dirigentes y de los padres de los pequeñuelos, para ahorrarles la concurrencia a esos actos que les dañan fisiológicamente”. Una discusión similar a la que se ha generado en nuestro país a raíz de los acontecimientos ocurridos en el establecimiento de la ciudad de Santa Juana. El Reverendo Willis Hoover, Pastor de la iglesia en la calle Retamo, respondió directamente a este reportaje en un amplio documento publicado por la revista Fuego de Pentecostés, de Julio de 1928[8] afirmando, entre otras cosas, que el movimiento había sido sometido al escrutinio público, desde sus inicios en la calle Olivar: “En el mismo principio el movimiento causó tanta extrañeza que al templo en la calle Olivar, donde originó, venía la gente en multitudes a ver; algunos para criticar y oponerse, y otros para quedarse. Las autoridades tomaron carta en el asunto. Vinieron comisionados, jueces, alcaldes, médicos, y examinaron con mucha minuciosidad en todo. El pastor fue llevado ante el Juez, ante el Promotor Fiscal y ante el Médico de la ciudad. Todos esos personajes reconocieron lo extraño que era la obra, pero no hallaron ninguna cosa que condenar”. Otra cosa que destaca el Pastor Hoover en su respuesta, son los frutos debido a dicho avivamiento espiritual: “Muchos hombres de malos antecedentes se convirtieron; en especial uno que creyendo por la bulla que era un remate, había entrado con un compañero a robar, salió convertido, botó sus ganzúas, fue a Santiago y se entregó a la justicia por una causa que le estaba pendiente. El Jefe de la Sección de Seguridad se puso decididamente a favor de la obra, y como evidencia de esto el pastor tiene en su poder el retrato de un hombre que el señor Jefe le regaló, haciéndole desaparecer de la filiación”. Tal cómo hubiera esperado el pastor presbiteriano Juan de Dios Leiton, de una obra confirmada por el Espíritu de Dios: “ciudadanos que adoptan una vida santa, sosegada y útil a la familia y a la sociedad”.
Existen otros documentos de la época, escritos por pastores protagonistas de estos movimientos espirituales, en los que se relata en primera persona la oposición que debieron enfrentar por parte de ciertos grupos de la sociedad, así como también el desafío que ha significado pastorear en medio de un despertar espiritual, en donde es necesario discernir entre acciones guiadas por el Espíritu de Dios, y las que son producto de un corazón turbado[9][10].
Sin embargo, en los inicios del movimiento pentecostal, no todas las reacciones de la prensa nacional fueron negativas. Destaca entre ellas, un artículo publicado en el periódico “El Ideal” de Mulchén, rescatado por la revista “Fuego de Pentecostés” de febrero de 1929[11], en el cual se resalta la obra evangelista del pueblo pentecostal, y de manera particular el testimonio de uno de estos pregoneros de justicia: “El Divino Salvador –dice uno– me arrancó de la cantina y me hizo ver el cuadro desolador de mi hogar; mis hijos con hambre, mi mujer harapienta, y el jergón en que dormíamos como perros, hediondo e infectado por los parásitos que estaban en un edén. Yo –volvía a repetir– era un parásito más inmundo todavía que aquellos que chupaban la sangre de mis hijos y de mi mujer; yo era un parásito social que me bebía el dinero que mi mujer ganaba; el flojo, el sucio, el canalla, el que castigaba para que se me entregara hasta el último centavo…”. Más adelante agrega el artículo: “Aunque no tenemos creencias determinadas, creemos un deber de decir que estos hombres con su fe, están haciendo un verdadero beneficio a nuestra clase trabajadora porque la predica anti-alcohólica que hacen es de alta conveniencia para ella. Debe respetarse a estos “Canutos” –como se les llama despectivamente– porque sus fe están haciendo una verdadera obra social entre sus semejantes”. Nuevamente resuenan las palabras del Pastor Leiton: “ciudadanos útiles para su familia y la sociedad”.
Finalizando, y haciendo una breve reflexión teológica, es importante considerar que, desde el mismo día de pentecostés, el derramamiento del Espíritu Santo ha generado reacciones de asombro, estupor y burla entre los no creyentes (Hechos 2:1-13). Por lo cual, existe una gran responsabilidad en las iglesias pentecostales chilenas, a 110 años de su fundación, de educar bíblicamente a sus congregaciones. No porque nos avergüencen las obras que el Espíritu Santo hace en medio nuestro, sino porque el mismo Espíritu de Dios nos instruye a través del apóstol Pablo, de cómo deben ser administrados los dones espirituales. Todo el capítulo 14 de la primera carta de Pablo a la iglesia en Corinto, es explícito respecto a esto: “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?… Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1ª de Corintios 14:23 y 32-33). Si las manifestaciones espirituales pueden llegar a ser motivo de confusión entre quienes visitan nuestros templos, ¿cuánto más si estas se generan en establecimientos educacionales? Por lo tanto, es nuestra responsabilidad educar a nuestra juventud en materias espirituales.
Ahora, como mensaje para quienes no pertenecen a nuestras iglesias, ya sean hermanos en Cristo de otras denominaciones, o personas que aún no han sido alcanzadas por la gracia de Dios. Fijaría la atención primeramente en nuestros niños y jóvenes. No hay indicios de “daños fisiológicos” en nuestra juventud. No hay un sólo estudio que haya probado aquello, hasta la fecha. Nuestros jóvenes se educan como el promedio de la población nacional, aumentando significativamente en los últimos años, su ingreso a instituciones de educación superior, llegando incluso algunos a obtener postgrados en Chile y el extranjero. Por otra parte, a la hora de evaluar al movimiento pentecostal, les fijaría el mismo parámetro que estableció el Pastor Juan de Dios Leiton a principios del despertar espiritual. Evalúen el trabajo de este movimiento a través de su historia, miren por sobre los excesos; miren la ardua labor del pueblo pentecostal en hospitales, cárceles, hogares de menores. Vean si existen entre ellos hombres y mujeres que han sido librados de sus adicciones, si han sido transformados en “ciudadanos que adoptan una vida santa, sosegada y útil a la familia y a la sociedad”, vean si por sus frutos, esta es una obra que ha confirmado el Espíritu Santo de Dios, para gloria suya.
*Dr. en Química, Universidad Johns Hopkins, US. Miembro de la Iglesia Evangélica Pentecostal.
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Agradecimiento especial al hermano Manuel Alveal Vera, por su invaluable contribución bibliográfica.
[1] Citado por el Reverendo Willis Hoover en “Chile Pentecostal” No 130, mayo 1928, página 1.
[2] “La prensa chilena en el siglo XIX. Patricios, letrados, burgueses y plebeyos”, Eduardo Santa Cruz, Editorial Universitaria, 2011.
[3] “La Iglesia Metodista Pentecostal Ayer y Hoy”, Tomo 1, Alice Rasmussen Schick, Dean Helland Talbert, páginas 85-99.
[4] Ref. 5, página 85.
[5] Ref. 5, página 88.
[6] Ref. 5, páginas 94 y 95.
[7] Revista Sucesos No 1345, 5 Julio 1928.
[8] Revista Fuego de Pentecostés No 7, Julio 1928, páginas 2-5.
[9] “Chile Pentecostal” No 130, mayo de 1926, páginas 1-3.
[10] Revista “Fuego de Pentecostés” No 48, diciembre de 1931, página 4.
[11] Revista “Fuego de Pentecostés” No 14, febrero de 1929, página 6.