De hace varios años que el denominado Servicio de Acción de Gracias por la Patria, más conocido como “Tedeum Evangélico” es motivo de polémica, por diversas razones, no siempre las mismas, año tras año.
A veces llama la atención por lo confrontacional de sus oradores, tal como el del año 2017, donde se encaró directamente a la ex presidenta Bachelet por los proyectos de ley de aborto en tres causales y agenda LGBT, aunque reprochable fue, sin duda, los gritos de “¡asesina!” que se oyeron entre la congregación, sin que la persona que coordinaba el servicio hiciera un llamado al orden; y, por supuesto, la pelea a golpes entre la seguridad de la Catedral y los seguidores de Javier Soto.
Este año 2024, se llevó a cabo en la Iglesia Metodista Pentecostal de Chile de San Bernardo, administrada por el pastor Raimundo Leiva Palma, quien hizo de anfitrión, y fue su intervención justamente la más lamentable. Se dedicó a evocar la pobreza en que se forjó el mundo pentecostal, donde sus padres tenían que conseguirse sacos de harina para hacer sus sábanas, poniéndolo en contraste con la prosperidad que se vive hoy con los jóvenes que son profesionales que “ganan de dos millones para arriba”, para luego exclamar “¡El que no dice ‘amén’ no lo va a alcanzar! ¡Porque esto es creído por la fe!”. Continúa su intervención confesando que “también queríamos tocar a su excelencia el presidente, claro que si todos lo tocan, estaríamos toda la tarde y tendría que quedarse a almorzar con nosotros”, para finalizar en halagos como “qué joven, qué simpático, qué bonito, qué buen talle, qué buena pinta, no es que los demás hayan sido feos, pero es lo que tenemos nosotros”.
De todo esto, se pueden extraer varias conclusiones:
- El mundo evangélico aún no supera su complejo de inferioridad social, no por el hecho de reconocer de dónde se viene, sino por enfatizar de manera orgullosa lo que ahora se tiene.
- El llamado “evangelio de la prosperidad” ha penetrado entre los pentecostales clásicos. Eso de ganar más de dos millones de pesos y que quién no dice ‘amén’ no lo va a alcanzar, es asimilar el crecimiento espiritual a la prosperidad material.
- El sentirse tan maravillado por saludar a un hombre, como es el Presidente de la República, revela que no se tiene el roce social suficiente con autoridades.
- Se confunde el orar o desear bendiciones a la autoridad con llenarlos de adulaciones.
- Se desperdició una oportunidad valiosa para exponer a las autoridades el punto de vista cristiano respecto a los problemas que aquejan al país, tales como la delincuencia, el crimen organizado, el terrorismo, la crisis migratoria, la pobreza, la corrupción en los diferentes poderes del Estado, además de la llamada “agenda valórica”. En lugar de eso, sólo se les llenó de adulaciones.
- Existe un menosprecio velado al esfuerzo de la congregación por sacar adelante un Tedeum lo más perfecto posible. La organización estuvo excelente: el aseo, el orden, el audio, la seguridad, las alabanzas, los coros, los arreglos musicales. Lo único que no estuvo a la altura, fueron las intervenciones de quienes hicieron uso de la palabra, particularmente, el pastor anfitrión.
Hay quienes sostienen que el Servicio de Acción de Gracias por la Patria no debería ser confrontacional, sino que destinarse únicamente a orar por el país y sus autoridades, como lo ordena la Palabra de Dios en 1 Timoteo 2:1-2, pero aquí la pregunta es ¿acaso una cosa quita la otra? ¿Se puede orar por las autoridades y a la vez presentarles el punto de vista cristiano respecto a los temas que interesan al país?
Muchos dicen que por ser Chile un país laico, donde hay separación de la Iglesia y el Estado, no le compete a la Iglesia inmiscuirse en estos temas; pero, a mi juicio, esto es mal entender el significado del Estado laico, que implica que no es confesional, es decir, Chile no tiene una “religión oficial”. Además, que la Iglesia esté separada del Estado, significa que éste ya no vela por la manutención de aquella, y que el Estado, al no tener injerencia en el nombramiento de las autoridades eclesiásticas, la Iglesia es libre de opinar sobre cualquier tema, sin que deba temer por su manutención o el cambio de sus autoridades. En pocas palabras, la separación de la Iglesia del Estado la convierte en un ente independiente del Estado y no subordinado a él, y aunque su opinión no sea vinculante, ello no conlleva una prohibición a emitirla.
Pero el problema de fondo aquí es si acaso el mundo evangélico chileno tiene el conocimiento y la profundidad de pensamiento suficientes como para dar una opinión que, ceñida estrictamente al Evangelio, resulte relevante para la sociedad y el mundo político. Con respecto a esto último, no es que nos avergoncemos de la sencillez de nuestros pastores, ni de sus anécdotas pintorescas, el punto es si acaso es el Tedeum Evangélico el lugar y momento apropiados para sacar a relucir esas cualidades. Uno se pregunta si acaso en todo el liderazgo evangélico no habrá alguien capaz de hacer una reflexión a la altura de los problemas que vive el país. Para esto, no es necesario increpar a la autoridad, ni creerse Juan el bautista predicándole a Herodes en pleno siglo XXI, es simplemente demostrar que se posee el suficiente entendimiento de los tiempos que vivimos y el suficiente conocimiento de la Escritura para contrastar dicha realidad con los principios bíblicos.
Ser agudo en el análisis, no implica ser descortés con el destinatario; así como ser cortés tampoco implica ser adulador o condescendiente.
No han sido pocos los que han pedido el término de este rito en la Iglesia Evangélica, tal como el filósofo Manfred Svensson el año 2012, en un artículo escrito para El Dínamo y El Blog de Bernabé, donde repasa el origen espurio de esta ceremonia y su escasa profundidad bíblica y teológica.
Es que de alguna manera los tedeum reflejan lo que el pueblo evangélico es: un arreglo musical muy bien ejecutado, con muchas semanas o meses de ensayo para que salga a la perfección, en contraste con una prédica que muchas veces ha sido mediocre, casi improvisada, que parte de una idea preconcebida y no de la Escritura, y que carece de profundidad. Fuera de las repetidas alusiones a la agenda valórica, llámese aborto, eutanasia o matrimonio homosexual, es raro que alguna idea expuesta desde el púlpito haya quedado en la memoria de los asistentes o haya generado repercusión o debate a nivel político o social. En el caso del tedeum en Jotabeche el 2017, la controversia se dio más por la forma que por el fondo. Además, el hijo del entonces obispo Durán aprovechó el púlpito para dar a conocer su pensamiento siendo candidato a diputado en las elecciones de ese mismo año, lo que conlleva a otra arista del tema de la Iglesia en asuntos públicos, cual es usar el Evangelio o la Iglesia como un mero instrumento para un fin último que es político y no espiritual.
Mientras no tengamos un mensaje relevante que proclamar a la sociedad, de nada valdrá tener esta instancia que, dicho sea de paso, ya no se transmite por televisión. Porque, aun cuando el Evangelio es, por sí solo, el mensaje más relevante que se le puede proclamar a la sociedad, nuestros líderes usan el púlpito con más cobertura mediática del país para presentar candidaturas al parlamento, pedir un terreno para un cementerio, comentar el precio de las entradas a un concierto de Madonna, o –como ocurrió este año– contar anécdotas, presumir de logros académicos y económicos, y llenar al presidente de adulaciones.